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Nilito en el parque de Ojojona. Varela, Noé (2017) |
YONNY
RODRÍGUEZ | Ojojona
Apareció
en la Plaza repentinamente. Se ayudaba con un bastón de roble, en la otra mano sujetaba
un morral. Pese a tener 91 años, sus pasos son decididos, seguros. Don Danilo
Zelaya se acerca, se sienta y me hace compañía en una banca. Para abrir la
conversación comenta sobre el clima, dice que amaneció fresco y desea que
continúe así el resto del día.
Nacido en Lepaterique, criado en Ojojona desde
los dos meses de vida, «Nilito» se dedicó al campo, a la agricultura. En
eso llega José Cirilo González, conocido como “Chilo, el de Guazucarán”. Saluda
y toma asiento, después arriba Rubén García, oriundo de la aldea El Aguacatal.
No sabemos que estos dos han quedado para negociar miel de abeja hasta que el
primero saca de su mochila dos botellas de plástico. A continuación comentamos
sobre el episodio histórico de Morazán en el pueblo y una cosa lleva a otra.
Los allegados exponen con entusiasmo los atractivos de sus respectivas zonas.
Chilo habla de un cementerio donde está enterrada la gente que murió en las
minas; Rubén recomienda visitar un abrigo rocoso de su lugar. La plática se
extiende por minutos. Los comerciantes cierran el trato: se han vendido dos
botellas de miel por 240 lempiras. Nilito atenciona con júbilo en los ojos,
moviendo alternativamente la cabeza a los sitios donde mana la palabra.
Me tengo que mover por un
momento, pero se ha unido a la conversación Napo Garay. Veinte minutos después vuelvo junto con Noé Varela y hallamos a
nuestro personaje solo en la misma banqueta. Hemos decidido fotografiarlo a escondidas, por lo que retomo nuestra plática inconclusa. Lo primero que
cuenta es que fue alcalde del municipio en el periodo 1959-1960: sorpresa para
mí, sin embargo, no me abstengo y le pregunto qué obra realizó durante su corta
gestión. No afirma, tampoco niega, solo dice: «la iglesia del cementerio».
Después señala que su sucesor Miguel Hernández la construyó, pero fue él quien
dejó el dinero, producto de la recaudación de impuestos vecinales anuales. «Tres lempiras daba cada persona. Así la construimos», detalla.
Nilito vive en
El Calvario, un barrio del Centro Histórico.
Se queja por no poseer una pensión a razón de su servicio a la comunidad —de
hecho, Ojojona no tiene una partida para tales asuntos—.
—A mí nadie me ha
visto pidiendo y la Alcaldía nunca me ha dado ni un confite, pero mire, yo aquí
ando —expresa, sacando un puñado de dulces de su morral.
Enseguida mienta que tampoco
es beneficiario de la bolsa solidaria, «más bien la Alcaldía mandó botar un
montón de comida que se pudrió en la bodega porque no se la daban a nadie,
sólo a los suyos… son miserables», acusa, y hay pesar en sus palabras.
A esta
hora, el sonido obturador de la cámara ya alertó a Nilito: se sabe entrevistado, se ve
inquieto, su rostro caucásico se enciende desde los profundos ojos verdes. No
evade la plática, pero sí apura sus respuestas. Hago un comentario sobre el
tercer y último repique que invita a las misa de las once, él aprovecha, se
despide con respeto y se va.
GALERÍA
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Las esmeraldas que han visto tanto. |
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El bastón que también es su cayado. |
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Durante nuestra interesante plática. |
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Decidió irse... |
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... se marchó. |