Ilustración│Ángel Boligán |
¿ME ESCUCHAS, SYLVIA?
A Sylvia Plath:
Las gaviotas se preparan para
la
vigilia fría en la penumbra ventosa;
entro
en la casa iluminada.
Sylvia
Plath
Estoy en la escena.
Delibero acerca de tu rostro pálido,
demasiado pálido.
Tus dedos tibios derriten la mantequilla sobre
el pan tostado
se anega la habitación.
Alerta amarilla sobre la corriente de alas
que chorrea desde la válvula de gas.
La campana del reloj emite una carcajada,
rompe el cristal.
Batallo por contarte una historia distinta.
Él no regresará.
Las agujas de deslizan,
son lanzas que te abren otros ojos en tus ojos
Los chicos duermen todavía.
Alerta roja.
Me pedís que calle con una voz dulcísima
mientras te inclinas y acomodas despacio tu cabeza
hacia la libertad.
¿Me escuchas, Sylvia?
MARÍA
Me
conoces menos constante,
sombra
de hoja,
sombra
de pájaro.
Silvia Plath
Partías de casa,
era viernes
aún llevabas la carta en tu bolso
la maleta -casi tormenta-
y un amor en la sonrisa.
Te debo muchas horas de vigilia
y algún golpe seco en la jornada.
Resistimos juntas
incontables agujas,
me pierdo a veces
y me recuperas.
Soy a menudo
un pájaro que se inmola
junto al eco de un canto gregoriano
y siempre estás
precisa
cuando el tedio insiste
y el futuro no es más que una tarjeta postal.
Me cubro en tus razones,
pretendo ser duda,
vos respuesta
cuando no hay pan que sosiegue
o la
soledad
es una bastarda que subsiste.
Decidí –con vos-
que las desilusiones no lastimarían
si nos adelantábamos a sus finales
y sobrevivo bajo tu luz.
¿El frío?
Que
haga frío,
después de todo
he aprendido de memoria tus abrazos.
LLUVIA
A
Marlon.
Bastó
el primer sueño
para
que yo lo supiera:
vivo
más allá...
Julio
Cortazar.
Me
exigiste tiempo
y nos sentamos al borde de la acera.
Mis palabras y las tuyas eran espasmos sedientos de luz.
Sacaste de tu bolsillo un cigarro,
lo encendiste como quien enciende una hoguera
con eternas lenguas amarillas y naranjas.
y nos sentamos al borde de la acera.
Mis palabras y las tuyas eran espasmos sedientos de luz.
Sacaste de tu bolsillo un cigarro,
lo encendiste como quien enciende una hoguera
con eternas lenguas amarillas y naranjas.
Aspiré
el aire contaminado de memorias,
te vi con calma y vergüenza.
No eras el mismo.
No había herida, cicatriz
o balazo con agujero profundo en tu cráneo
que salpicaba ríos en muchas direcciones
-el cigarro ardía-.
Venías a despedirte
sin prisa,
necesitabas decirme que entregara aquellas notas,
esas figuras de pájaros envueltos en papel aluminio
que se estaban ahogando con los hilos de tu suéter azul.
Dijiste que el café hervía en la cafetera
y se iba a evaporar,
que olvidaste cerrar la puerta
y no pudiste esperarme
porque una sombra hizo silenciar la balada
que todavía llevabas oprimida en tu garganta.
te vi con calma y vergüenza.
No eras el mismo.
No había herida, cicatriz
o balazo con agujero profundo en tu cráneo
que salpicaba ríos en muchas direcciones
-el cigarro ardía-.
Venías a despedirte
sin prisa,
necesitabas decirme que entregara aquellas notas,
esas figuras de pájaros envueltos en papel aluminio
que se estaban ahogando con los hilos de tu suéter azul.
Dijiste que el café hervía en la cafetera
y se iba a evaporar,
que olvidaste cerrar la puerta
y no pudiste esperarme
porque una sombra hizo silenciar la balada
que todavía llevabas oprimida en tu garganta.
Traías
olas entre una página
y sonreías porque entendí tu lenguaje,
lenguaje -brisa que salía de tu boca y me acariciaba.
-el cigarro se extinguía-
El perro del vecino ladraba,
alguien cantaba una canción hermosa de Ana Becoaj,
yo acerté nada más a decirte
que comenzaba a empaparme la lluvia,
esa misma que me mojaba desde tus ojos
y mi piel absorbía con una sed de meses.
No entendía que era una despedida,
ya era lunes por la tarde,
tus zapatos cafés partían
ahogándose en la corriente,
una marea nos empujaba en direcciones opuestas.
Esa tarde me di cuenta
que alguien concibió una muerte,
que pude decirte te amo
y no lo hice.
y sonreías porque entendí tu lenguaje,
lenguaje -brisa que salía de tu boca y me acariciaba.
-el cigarro se extinguía-
El perro del vecino ladraba,
alguien cantaba una canción hermosa de Ana Becoaj,
yo acerté nada más a decirte
que comenzaba a empaparme la lluvia,
esa misma que me mojaba desde tus ojos
y mi piel absorbía con una sed de meses.
No entendía que era una despedida,
ya era lunes por la tarde,
tus zapatos cafés partían
ahogándose en la corriente,
una marea nos empujaba en direcciones opuestas.
Esa tarde me di cuenta
que alguien concibió una muerte,
que pude decirte te amo
y no lo hice.
Landais
I
Eran árboles de espinas
los que confundí en tu pelo con
canciones.
II
Escribo tu nombre fantasma
y me niego en cada una de sus letras.
III
La muerte respira sobre mí,
la tormenta que me crece te
desintegra.
IV
Eres mi ventana cerrada,
Ternura que se pierde en un símbolo
vacío.
V
No hay luz en nuestra lámpara.
Me oculto a mí misma, no encuentro
nada.
VI
El mar engulle esta luna,
tu cuerpo es el frío que sigue a la
mañana.
VII
Y no quiero ser pacífica,
es la forma de devolverte mis
infiernos.
VIII
Es enfermiza tu pequeñez,
la cura no existe ni en la negra
noche.
IX
Mi madre huyó del cazador,
se ocultó en la madrugada del miedo.
X
Parece que llueves, me dice.
Escuda la risa, la polvera del
tocador.
XI
Mujer que arrastras círculos,
tu futuro lo escribe una línea gris.