Fotograma del poeta olanchitense Livio Ramírez. |
GALEL CÁRDENAS │ Tegucigalpa
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Conocía a Livio Ramírez cuando
regresó de su segunda patria, México. Eran los años setentas del siglo XX,
donde nacimos y nos formamos como usuarios de la palabra irredenta en las lides
de la estética.
Era el tiempo cuando reproducía desde
la Dirección de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de
Honduras textos poéticos fundamentales como el famoso poema “Piedra de Sol” del
Octavio Paz, mismo que no circulaba en la bostezante Tegucigalpa.
Prontamente nos hicimos amigos, y de
ese modo pude conocer la personalidad y pensamiento universal de Livio Ramírez,
un poeta esencial para la poesía hondureña contemporánea.
Vivíamos la época de la bohemia y la
acción contestaría,
organizada o no, compartíamos
visiones de mundo en proyectos colectivos y trabajos de producción personal.
En fin, fuimos a lo largo de las
décadas formando un compañerismo y una amistad signada por nuestras lecturas
políticas, poéticas, filosóficas y del arte en general.
Livio Ramírez se convirtió en el
ámbito nacional en un maestro que organizó y desarrolló talleres de poesía
desde donde egresaron poetas con una nueva factura estética muy importante,
tanto que hoy forman parte de la nueva poesía joven hondureña.
El poeta Ramírez Lozano, maneja una
presencia constante en el ámbito literario nacional y regional, es, además,
interlocutor transgeneracional que asiste a los más importantes eventos
culturales con el fin de calorizar y destacar el casi yermo valle de la cultura
nacional, reprimida por el sistema político neoliberal empeñado en destruir
estructuras institucionales y promocionales de la misma.
En materia política está inserto en
las huestes de los escritores orgánicos a la usanza gramsciana, que prosiguen
la senda de la refundación de la república hondureña mediante la redacción de
una nueva Constitución.
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ESCRITO
SOBRE EL AMANECER (1990, México D.F.) es un poema de largo aliento que, usando el yo poético como vocería de
un sentimiento universal humano, se convierte en portavoz de ese gran
sentimiento de cargar sobre sus espaldas “ese cansancio explicable/ de mis
instrumentos de trabajo”.
Tal vez de Vallejo tenga sólo ese
propósito y ese tono lejano de imprecación sostenida como hablándole al mundo
con furia interna y comedida, casi telúrica. Tal vez, y sólo eso, en un poema
caben todas ellas como reclamos, iras, furias, rabias de humano decir: “¿Cuántos puños caben en mi mano? / ¿cuántas
voces confluyen / en mi monólogo feroz”?
Es que el poeta asume como un obrero
su piocha de trabajo, con su barra de arrancar la tierra, en ese oficio de
bucear cavando la palabra.
ESCRITO AL AMANECER usa verbos que
poseen tal grado de fuerza, emoción y volición contundentes como una sola
blasfemia que va apartando esto de aquello hacia un mundo vasto de humanidad
irremediable.
El poeta decide que la palabra es su
tierra, por eso cava en ella, metido hasta la profunda significación mítica del
mundo simbólico que posee el signo lingüístico, en donde la palabra es “pozo
peligrosísimo” y más bien “arena movidísima”, como si en sus entrañas pudiera
arrancar un poco de sentido de lo que sucede en la superficie del mundo
objetivo que como un iceberg sólo muestra lo anodino y no aquello que es “alga
abominable”.
Construido el poema con 16 estrofas,
a lo largo de ellas, desde el mismísimo Madrid, el poeta expresa ese coraje que
implica la escritura concomitante con “El país (que) tiembla de
acontecimientos”.
Con su “código de fuego” que es su
manifestación humana y estética, huracanado en el desgarro de la noche
geológica, donde la batalla de las palabras son aullidos perfectos y viscerales,
el poeta ve el amanecer protagónico de entraña que es la misma hoguera humana
que lo catapulta hacia el encuentro de todos los continentes arrebatados por el
amor furioso e incontenible.
ESCRITO AL AMANECER es un texto
poético imprecante, reclamador, fustigante, esencial, es un vertedero de seres
humanos que bullen como “como armas explosivas” de palabras que son columnas
fluyentes.