Una vida, en breve
Primeros
pasos: Fuente Vaqueros
Los
viajes de estudios
Madrid
Granada
y Manuel de Falla
Cadaqués
y Salvador Dalí
Viaje
a Luis de Góngora
Un
poeta en Nueva York
La
Habana
Itinerario
cultural de la República: La Barraca
Buenos
Aires y Montevideo
Últimos
años
La
muerte
Una
vida, en breve
Federico
García Lorca, uno de los poetas más insignes de nuestra época, nació en Fuente
Vaqueros, un pueblo andaluz de la vega granadina, el 5 de junio de 1898-el año
en que España perdió sus colonias. Su madre, Vicenta Lorca Romero, había sido
durante un tiempo maestra de escuela, y su padre, Federico García Rodríguez,
poseía terrenos en la vega, donde se cultivaba remolacha y tabaco. En 1909,
cuando Federico tenía once años, toda la familia-sus padres, su hermano
Francisco, él mismo, sus hermanas Conchita e Isabel-se estableció en la ciudad
de Granada, aunque seguiría pasando los veranos en el campo, en Asquerosa (hoy,
Valderrubio), donde Federico escribió gran parte de su obra.
Más
tarde, aun después de haber viajado mucho y haber vivido durante largos
períodos en Madrid, Federico recordaría cómo afectaba a su obra el ambiente
rural de la vega: "Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis
emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos
de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que
llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años
infantiles. De lo contrario, no hubiera podido escribirBodas de sangre."
En
sus poemas y en sus dramas se revela como agudo observador del habla, de la
música y de las costumbres de la sociedad rural española. Una de las
peculiaridades de su obra es cómo ese ambiente, descrito con exactitud, llega a
convertirse en un espacio imaginario donde se da expresión a todas las
inquietudes más profundas del corazón humano: el deseo, el amor y la muerte, el
misterio de la identidad y el milagro de la creación artística.
Primeros
pasos: Fuente Vaqueros
El
traslado de la familia del campo a la ciudad afectó profundamente a Federico.
En 1916 o 1917, cuando empezaba a interesarse por la literatura, redactó un
largo ensayo autobiográfico en el que evocaba Fuente Vaqueros, "aquel
pueblecito muy callado y oloroso" de la vega de Granada. "El pueblo
está rodeado de chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros y de sus
sauces y zarzales que en el verano dan frutos dulces y peligrosos de coger. Al
aproximarse hay gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las acequias
besando al agua. En verano el olor es de paja que en las noches, con la luna,
las estrellas, y los rosales en flor, forma una esencia divina que hace pensar
en el espíritu que la formó".
En
estas páginas autobiográficas intentó captar sus experiencias en la escuela,
los juegos con los amigos, el ambiente de su casa y su asombro ante las
desigualdades sociales; como recordó en una entrevista: "Mi infancia es
aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un
mandón". Como resultado de su nueva vida en Granada experimentó una
sensación de ruptura con aquel pasado en el campo y, desde el umbral de la
adolescencia, exclamó: "Hoy de niño campesino me he convertido en señorito
de ciudad [...] Los niños de mi escuela son hoy trabajadores del campo y cuando
me ven casi no se atreven a tocarme con sus manazas sucias y de piedra por el
trabajo. ¿Por qué no corréis a estrechar mi mano con fuerza? ¿Creéis que la
ciudad me ha cambiado? No... Vuestras manos son más sanas que las mías.
Vuestros corazones son más puros que el mío. Vuestras almas de sufrimiento y de
trabajo son más altas que mi alma. Yo soy el que debiera estar cohibido ante
vuestra grandeza y humildad. Estrechad, estrechad mi mano pecadora para que se
santifique entre las vuestras de trabajo y castidad".
Los
viajes de estudios
Durante
su adolescencia, Federico García Lorca sintió más afinidad por la música que
por la literatura. De niño le fascinó el teatro, pero estudió también piano,
tomando clases con Antonio Segura Mesa, ferviente admirador de Verdi. Su primer
asombro artístico surgió no de sus lecturas sino del repertorio para piano de
Beethoven, Chopin, Debussy y otros. Como músico, no como escritor novel, lo
conocían sus compañeros de la Universidad de Granada, donde se matriculó, en el
otoño de 1914, en un curso de acceso a las carreras de Filosofía y Letras y de
Derecho.
El
ambiente intelectual que rodeaba al joven estudiante era de una riqueza
sorprendente para una ciudad provinciana. En la tertulia llamada "El
Rinconcillo", del animado café Alameda, García Lorca se reunía con
frecuencia con un grupo de jóvenes de talento que llegarían a ocupar puestos
importantes en el mundo de las artes, la diplomacia, la educación y la cultura.
En la Universidad, dos profesores le abrieron camino: Fernando de los Ríos,
profesor de Derecho Político Comparado y futuro adalid del socialismo español,
y Martín Domínguez Berrueta, titular de Teoría de la Literatura y de las Artes.
Con
Domínguez Berrueta hicieron Federico y sus compañeros una serie de viajes de
estudios a Baeza, Úbeda, Córdoba y Ronda (junio de 1916); a Castilla, León y
Galicia (otoño del mismo año); otra vez a Baeza (primavera de 1917); y un
último viaje a Burgos (verano y otoño de 1917). Estos viajes pusieron a
Federico en contacto con otras regiones de España y ayudaron a despertar su
vocación como escritor. Fruto de ello sería su primer libro de prosa,
Impresiones y paisajes, publicado en 1918 en edición no venal costeada por el
padre del poeta. No se trata de un simple diario de sus excursiones, sino de
una pequeña antología de sus mejores páginas en prosa. El joven poeta discurre
sobre temas políticos - la decadencia y el porvenir de España, sus inquietudes
religiosas, la vida monacal-y sus intereses estéticos, como eran el canto
gregoriano, la escultura renacentista y barroca, los jardines o la canción
popular.
Con
la publicación de Impresiones y paisajes y la muerte de su profesor de música
al año siguiente, el aprendiz de músico entró, en palabras suyas, "en el
reino de la Poesía y acabé de ungirme de amor hacia todas las cosas". En
el otoño de 1918 confesaría: "Me siento lleno de poesía, poesía fuerte,
llana, fantástica, religiosa, mala, honda, canalla, mística. ¡Todo, todo!
¡Quiero ser todas las cosas!"
Madrid
Primavera
de 1919. Varios miembros de "El Rinconcillo" se habían trasladado ya
a la capital y, en marzo de ese mismo año, José Mora Guarnido escribía a
Federico desde Madrid: "Debías venir aquí; dile a tu padre en mi nombre
que te haría, mandándote aquí, más favor que con haberte traído al mundo".
Fue
Fernando de los Ríos quien, al fin, tuvo que convencer a los padres del poeta
para que le dejaran salir de Granada y seguir con sus estudios en la Residencia
de Estudiantes de Madrid, dirigida por Alberto Jiménez Fraud. Así pasó Federico
a formar parte de una institución que pretendía ser, en palabras de su
director, un "hogar espiritual donde se fragüe y depure, en corazones
jóvenes, el sentimiento profundo de amor a la España que se está haciendo, a la
que dentro de poco tendremos que hacer con nuestras manos".
Fundada
a semejanza de los colleges de Oxford y Cambridge, la Residencia de Estudiantes
representaba, en aquel entonces, un punto de contacto importantísimo entre las
culturas española y extranjera. Aquel hervidero intelectual supuso un excelente
caldo de cultivo para el desarrollo del poeta. Su vida en "la Colina de
los Chopos" le dio una nueva visión de la responsabilidad del artista
frente a la sociedad y reforzó su amor por la cultura, desde la clásica a la
popular española. Así, entre 1919 y 1926, Federico conoció a muchos de los más
importantes escritores e intelectuales del país. En la Residencia se hizo amigo
de Luis Buñuel, de Rafael Alberti o de Salvador Dalí. Además, gracias a la muy
activa política cultural de Jiménez Fraud, pasaron por allí numerosos
conferenciantes, científicos, músicos y escritores extranjeros: Claudel,
Valéry, Cendrars, Max Jacob, Marinetti, Madame Curie, H.G. Wells, Le Corbusier,
Chesterton, Wanda Landowska, Ravel, Milhaud, Poulenc...
Los
dos primeros años de Federico en la capital (1919-1921) constituyeron una época
de intenso trabajo. Sus caminatas por la ciudad, sus visitas a Toledo con Pepín
Bello, Buñuel y Dalí, sus encuentros con directores teatrales - como Eduardo
Marquina o Gregorio Martínez Sierra-y con la vaguardia - los ultraístas, Ramón
Gómez de la Serna o el creacionista Vicente Huidobro--, aún le dejaron tiempo
para terminar y publicar su Libro de poemas, componer las primeras Suites,
estrenar El maleficio de la mariposa - que fue un fenomenal fracaso-y elaborar
otras piezas teatrales. No perdió tampoco la oportunidad de conocer a Juan
Ramón Jiménez, a quien acudió con una carta de presentación de Fernando de los
Ríos en 1919: "Ahí va ese muchacho lleno de anhelos románticos: recíbalo
usted con amor, que lo merece; es uno de los jóvenes en que hemos puesto más
esperanzas"-y a la que respondió Juan Ramón de esta manera: "Su poeta
vino y me hizo una excelentísima impresión. Me parece que tiene un gran
temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo".
Con
aquella visita se inició una amistad duradera, y la correspondencia de Lorca
deja claro que Juan Ramón - generoso mentor de todos los poetas jóvenes de
aquel entonces-tuvo una influencia decisiva en su visión del quehacer poético.
Durante los siguientes dos años ayudó a Federico a publicar algunos de sus
versos en revistas de prestigio, como España, La Pluma o Índice, y le convenció
para que editara su Libro de poemas en la imprenta de Gabriel García Maroto, en
vez de hacerlo en una editora comercial más grande, para que Federico tuviera
la oportunidad de cuidar, él mismo, de todos los aspectos de la edición.
Libro
de poemas contiene versos seleccionados, con la ayuda de su hermano Francisco,
de todo lo que había escrito desde 1918. Algunos de ellos giran alrededor de la
fe religiosa, tema al que había dedicado cientos de páginas en prosa y en
verso. Otros tratan del anhelo del poeta de unirse con la naturaleza o de
recuperar una infancia perdida. En versos que recuerdan al primer Juan Ramón
Jiménez, a Rubén Darío y a poetas menores del modernismo hispánico, el poeta
lamenta que la razón y la retórica hayan reemplazado la fe poética que poseía
como niño.
Cuando
se publicó este libro, en mayo de 1921, Federico ya se había entregado a otros
proyectos y volvió a Granada ilusionado con la composición de sus Suites. El
entusiasmo señalado por Juan Ramón le llevaba hacia el estudio del folclore:
títeres, cante jondo, la canción popular. Estaba a punto de conocer a Manuel de
Falla.
Granada
y Manuel de Falla
Falla
se había trasladado a Granada a mediados de septiembre de 1920, y en el verano
de 1921 se instaló en el carmen de Santa Engracia, próximo a la Alhambra, donde
Federico le visitó con frecuencia. El poeta se sintió pronto íntimamente ligado
al compositor al compartir con él su amor por la música, los títeres, el cante
jondo...
Entre
los primeros en dar al compositor la bienvenida a Granada en1920 estuvo el
grupo de jóvenes amigos que se reunía en el café Alameda de la plaza del
Campillo, y que formaba la ya citada tertulia de "El Rinconcillo".
José Mora Guarnido explicaba así el nombre dado a la tertulia: "En el
fondo del café Alameda, detrás del tabladillo en donde actuaba un permanente
quinteto de piano e instrumentos de cuerda, había un amplio rincón donde cabían
dos o tres mesas con confortables divanes contra la pared, y en aquel rincón
[...] plantaron su sede nocturna" un grupo de intelectuales granadinos:
los dos hermanos Lorca, los periodistas Melchor Fernández Almagro, José Mora
Guarnido y Constantino Ruiz Carnero, los futuros poetas o críticos José
Fernández Montesinos, Miguel Pizarro y José Navarro Pardo, y los pintores
Manuel Ángeles Ortiz, Ismael González de la Serna o Hermenegildo Lanz, entre
otros.
La
vida granadina de Federico a partir de 1920 o 1921 giró, pues, alrededor de
esos dos focos culturales: Falla y los integrantes de "El
Rinconcillo". Estos últimos intentaban dar nuevo brío a la vida cultural
de la ciudad, defendiendo aquella parte del patrimonio artístico que pudiera
orientar a las nuevas generaciones en su rebelión contra el
"costumbrismo" y el "color local", y asustando a la
"Beocia burguesa", en palabras de Mora. Algunos de los proyectos
apenas transcendieron el ámbito local, como, por ejemplo, la colocación de
azulejos conmemorativos en honor a los "viajeros europeos ilustres"
que habían contribuido al conocimiento de Granada en el extranjero. Otros, sin
embargo, tuvieron repercusión en el resto de España y Europa, especialmente el
Primer Concurso de Cante Jondo, celebrado en junio de 1922.
Promovido
por Falla, Lorca e Ignacio Zuloaga, y apoyado por el Ayuntamiento de Granada,
aquel concurso tenía varios objetivos: marcar la diferencia entre el cante
jondo - de orígenes antiquísimos, según Lorca y Falla-y el cante flamenco -
creación, según ellos, más reciente--; ganar respeto para el cante jondo como
arte; preservarlo de la adulteración musical y de la amenaza de los cafés
cantantes y la ópera flamenca; premiar a los cantaores no profesionales, y
demostrar la influencia que habían tenido el cante, el baile y el toque jondos
no sólo en la música española, sino también en la francesa y la rusa. El
concurso fue un atrevido intento de conectar el arte musical de Andalucía con
el arte "universal". La fórmula estética de Falla - "de lo local
a lo universal"-iba a fijarse para siempre en el corazón de su joven
discípulo.
Meses
antes del concurso Federico pronunció, para educar al público granadino, una de
las conferencias que más revelan sobre su propios principios estéticos
"Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado
cante jondo"; texto que revisaría años después al leerla en Argentina,
Uruguay y en varias ciudades españolas.
Otro
fruto de su interés por el cante jondo fue su segundo libro de versos, Poema
del cante jondo, escrito en 1921 y publicado una década más tarde. En este
libro, como en sus Suites, Lorca explora las posibilidades de la secuencia de
poemas cortos. Sin llegar al pastiche, se inspira en la brevedad, intensidad y
concentración temática de las coplas del cante jondo, que habían sido para él
toda una revelación artística: "Causa extrañeza y maravilla cómo el
anónimo poeta del pueblo extracta en tres o cuatro versos toda la rara
complejidad de los más altos momentos sentimentales en la vida del hombre".
El
poeta acariciaba la idea de crear con el compositor gaditano un teatro
ambulante, Los Títeres de Cachiporra, que sería comparable, en su tratamiento
estilizado del folclore, a los Ballets Russes de Diaghilev, con los que Falla
había colaborado. En casa del poeta ofrecieron ambos, a sus familiares y
amigos, un espectáculo inolvidable de títeres en la festividad de los Reyes
Magos de 1923, en el que, con Falla al piano, estrenó Federico La niña que
riega la albahaca y el príncipe preguntóny se interpretó - "por primera
vez en España", según Federico- La historia del soldado de Igor
Stravinski. Fiesta en que se reunían, pues, lo tradicional (La niña... se
basaba en un viejo cuento andaluz) y las corrientes musicales más modernas.
La
amistad de Falla seguiría orientando a Federico García Lorca a la hora de
reconciliar las nuevas corrientes estéticas con las formas populares. En 1923,
Falla y Lorca estaban colaborando en una opereta lírica, Lola, la comedianta,
nunca terminada, y al año siguiente el compositor ayudó a Federico a dar la
bienvenida al poeta Juan Ramón Jiménez, quien visitó a la familia García Lorca
durante el mes de julio de 1924.
Cadaqués
y Salvador Dalí
En
abril de 1925, desde la Residencia de Estudiantes, Federico anunció a sus
padres que había recibido una invitación para pasar la Semana Santa en Cadaqués
con su amigo Salvador Dalí: "Dalí me invita espléndidamente. He recibido
una carta de su padre, notario de Figueras, y de su hermana (una muchacha de
esas que ya es volverse loco de guapas) invitándome también, porque a mí me
daba vergüenza de presentarme de huésped en su casa. Pero son una clase de
familia distinta a lo general y acostumbrada a vida social, pues esto de
invitar gente a su casa se hace en todo el mundo menos en España. Dalí tiene
empeño en que trabaje esta semana santa en su casa de Cadaqués y lo conseguirá,
pues me hace ilusión salir unos días a pleno mar y trabajar y ya sabéis vosotros
cómo el campo y el silencio dan a mi cabeza todas las ideas que tengo".
Fue
el primer viaje de Federico a Cataluña, y aquella visita y una segunda estancia
más larga, entre mayo y julio de 1927, dejaron una huella profunda en la vida y
obra de ambos.
Dalí
había ingresado en 1922 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y
vivía en la Residencia, donde había trabado amistad con el poeta granadino.
Durante cinco años, desde 1923 hasta 1928, los mundos artísticos de Dalí y de
Federico se compenetraron hasta tal punto que Mario Hernández ha hablado, con
razón, de un período daliniano e n la obra del poeta, y Santos Torroella, de
una época lorquiana en la del pintor. Fruto de esta amistad, que se convirtió
en pasión amorosa, fue la "Oda a Salvador Dalí", que Federico publicó
en abril de 1926 en Revista de Occidente, poema "didáctico" - así lo
llama-en que canta "...un pensamiento / que nos une en las horas oscuras y
doradas".
En
sus discusiones en Madrid y Cadaqués, y en un riquísimo epistolario que se ha
conservado sólo en parte, los dos amigos abordaban cuestiones estéticas de
hondo interés para ambos. Juntos exploraron la pintura y la poesía
contemporáneas y el arte del pasado. Cuando Federico preparaba su tragedia
Mariana Pineda, en la que intentaba captar la historia de la heroína granadina
en bellas "estampas" románticas, le pidió a Dalí que diseñara el
decorado para su estreno en Barcelona (1927). Otros proyectos se quedaron en
pura conversación, como el Libro de los putrefactos, una serie de dibujos
satíricos de Dalí que iba a incluir un prólogo, jamás escrito, de Federico.
Dalí
alentó al granadino en su esfuerzo por comprender la pintura moderna (véase su
conferencia "Sketch de la nueva pintura") y lo animó como dibujante,
reseñando su primera exposición, en el verano de 1927, en las Galeries Dalmau
de Barcelona.; Y fue Federico, sin duda, quien más animó a Dalí como escritor.
En 1928, la granadina Gallo -revista literaria impulsada por Lorca y dirigida
por su hermano Francisco- publicó las traducciones al español del "San
Sebastián" de Dalí -un ensayo, en forma de narración, en que expone su
estética de la "santa objetividad"- y del "Manifiesto
antiartístico catalán", firmado por Dalí, Sebastià Gasch y Lluis Montanyà.
La
estética de Dalí le sirvió a Federico como estímulo cuando empezaba a cultivar,
a partir de 1927, una poesía de "evasión", en la que se daba menos
importancia a la metáfora que a lo que Federico llamó -sirviéndose de la
expresión de Dalí- el "hecho poético": la imagen que pretende "evadirse"
de cualquier explicación racional (véase su conferencia "Imaginación,
inspiración, evasión").
De
la mano de Dalí pudo adquirir Federico un conocimiento más profundo del arte
popular y culto de Cataluña, región por la que sentiría siempre gran afecto. Si
el ingreso en la Residencia de Estudiantes le había permitido trascender las
limitaciones del medio granadino, los viajes a Cataluña le revelaron las
limitaciones del mundo cultural de Madrid.
Viaje
a Luis de Góngora
Mientras
Federico descubría el mundo cultural de Cataluña, los poetas españoles estaban
a punto de rescatar y celebrar a un poeta barroco cuya estética -originalidad
de la metáfora, esplendor sintáctico y léxico-les impresionaba hondamente. Luis
de Góngora y Argote (1561-1627) dejó huella en la poesía de García Lorca -por
ejemplo, en "La sirena y el carabinero" y en algunos de los romances
gitanos-, y la celebración de su tricentenario sirvió para aunar a los poetas
españoles en lo que algunos de ellos empezaron a llamar una "generación".
Los amigos de Lorca-Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Jorge
Guillén, Dámaso Alonso, Emilio Prados, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Manuel
Altolaguirre-se conocen hoy en día como integrantes de aquella Generación del
27.
El
cri de guerre inicial lo lanzó Gerardo Diego en un ensayo titulado
"Escorzo de Góngora". Desde Valladolid, en febrero de 1924, Jorge
Guillén acusa recibo de ese ensayo y de este nuevo "contemporáneo":
"Aunque esto de las generaciones es casi un mito, y casi una tontería, sin
embargo, siento cada día más vivamente la convivencia con mis verdaderos
contemporáneos. Sí, creo en la contemporaneidad de los espíritus. Leyendo,
atisbando su Góngora, me siento tan aludido que ¿cómo no expresarlo, cómo no
sacar esta alusión a evidencia amistosa? [Correspondencia. Pedro Salinas,
Gerardo Diego, Jorge Guillén (1920-1983), ed. José Luis Bernal, pp. 47-48.]
Dos
años más tarde, Lorca envió a Guillén las primicias de un hermoso ensayo suyo
leído como conferencia en febrero de 1926: "La imagen poética de don Luis
de Góngora", donde expresaba la imponderable grandeza del poeta cordobés.
Según Lorca, Góngora armonizaba mundos diversos gracias a su uso de la
mitología, dominó como nadie el mecanismo de la metáfora y de la inspiración, y
su lenguaje cayó sobre la lengua española como un rocío vivificador. Otros
poetas amigos, desde Rafael Alberti hasta Gerardo Diego, Guillén o Dámaso
Alonso, pusieron en marcha una campaña de homenaje y divulgación en torno a la
figura y obra de Góngora, campaña que, en efecto, marca un fenómeno
"generacional" (se abstienen Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez...)
y que culmina con el viaje de sus promotores a Sevilla.
En
diciembre de 1927, en el Ateneo de aquella ciudad, el grupo formado por el
propio Lorca, Alberti, Cernuda, José Bergamín, Juan Chabás, Gerardo Diego,
Dámaso Alonso y Mauricio Bacarisse, comunicó a un público entusiasta una nueva
visión no sólo de Góngora sino de su propio arte frente al de las generaciones
anteriores. En la más sustanciosa y sabia de esas intervenciones, Dámaso Alonso
pidió una "completa revisión de los valores de la literatura
pretérita". Expuso un nuevo enfoque de la literatura española, arguyendo
que al lado del realismo y del "vulgarismo" asociados habitualmente
con las letras españolas había una corriente de aristocrático idealismo
ejemplificado por la obra de don Luis y por la de los poetas modernos que se
agrupaban en torno a él.
El
viaje en tren de Madrid a Sevilla fue narrado graciosamente por Jorge Guillén
en una serie de cartas a su mujer, Germaine Cahen (editadas por Biruté
Ciplijauskaité): "Es absurdo -escribe Guillén-. Ni antes, ni después de
ahora volveré a contemplar todo un departamento de un vagón, lleno de estos
animales llamados poetas.
Los
actos oficiales -dos veladas literarias y un banquete en la venta de Antequera-
fueron conmemorados en la prensa sevillana de aquel entonces. Años después,
Dámaso Alonso, Luis Cernuda y Rafael Alberti recordarían con nostalgia otros
pormenores de la celebración: una juerga en Pino Montano -el cortijo del torero
Ignacio Sánchez Mejías, que había costeado la excursión-, la travesía nocturna
del Guadalquivir, el primer encuentro de Cernuda y García Lorca...
Entre
1924 y 1927, pues, puede decirse que Federico García Lorca llegó a su madurez
como poeta, atento al arte del pasado y formando parte de uno de los grupos
poéticos, en palabras suyas, "más importantes de Europa, por no decir el
más importante de todos".
Fuente:
http://www.cervantesvirtual.com/
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