Una demostración de auténtica alegría. Fotos | Noé Varela. |
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La
plática con Leyli fue algo fortuito; estaba sentada por el puente que da a la
Calle Erlinda Valladares, junto a ella, una pequeña bolsa de verduras. La pregunta
obligada fue cuántos ahijados tiene. Sin pensarlo mucho dijo mil. ¿Cómo puede alguien
llegar a apadrinar a tanta gente? Doña Leyli saca cipotes desde que tenía doce
años.
–Primero
empecé sacando con mi papá, luego con mi hermano David, después con Manuel y
finalmente con mi esposo –detalla mientras disfruta un elote asado.
Cuando
doña Leyli tenía catorce años recibía leña y resina de las aldeas, entonces las
personas que venían al pueblo la buscaban para apadrinar a sus hijos. Hablamos
del año 1961.
Allá
por los ochenta empezó a trabajar de escribiente con el padre Santolaya. –Aureliano
Santolaya Recio Amo –precisa con una lucidez que empañaría a cualquier estudiante.
Doña
Leyli cumplió 70 años el 23 de marzo. Mientras platicamos, pasa cualquier
cantidad de personas: todas la saludan. En ese momento un motorizado se ríe y grita “Leeeeyliii” con una confianzuda alegría, –a mí todo mundo
me habla –manifiesta con evidente orgullo y vuelve a su elote.
Retornemos
a los mil ahijados. Dice no quejarse de ellos porque cuando vienen le traen frijoles,
ayotes y, en tiempos de cosecha, elotes, maíz y tomates.
En
algún momento le pregunté si ella siempre es así de enojada.
–Yo
soy así, pelada –respondió con el ya clásico tono que la caracteriza.
A
Leyli, como dijo ella, nadie la desconoce, y si alguien intenta evadirla, ella
lo aborda. Es de las pocas personas a quien le luce decir palabrotas, pero ella
es así, una persona que se muestra tal cual es, libre de tapujos y dueña de una
sola cara. Su esposo también era así. Y ya que salió en esta narración el finado
Paquito, ellos estuvieron casados 53 años. Contrajeron nupcias el 27 de octubre
de 1963.
Ella
no se guarda nada, si algo no le parece, lo dice. Sus pláticas pueden ser
amenas y con frecuencia suelen sacar desde risas hasta carcajadas. Se ha ganado
un párrafo en la historia y un espacio en el corazón de un pueblo que la saluda
y la respeta.
Hay
doña Leyli para rato. Pese a algunas dolamas, todavía se mira fuerte, con
vitalidad y coraje para seguir afrontando la vida con entereza, y como dice
ella, “para morirse lo único que se ocupa es estar vivo”.
Acá
en el pueblo se la conoce como Leyli. No importa si fue la encargada de la
resina, exescribiente de un padre castellano, la madrina de Ojojona o la señora
que distribuye periódicos, en el municipio sólo existe una Leyli. Se ganó esa estatura
con el paso de los años.
Quien
no la conozca, la reconocerá por saludar en voz alta y fuerte, una voz que
proviene del interior de una mujer recia de carácter y de cuerpo, que usa el
pelo corto, falda por lo general lisa, camiseta y delantal. Las canas ya se
presentaron, pero hacen juego con su piel blanca, y aunque camina cansada, sus
pies aún la llevan por caminos y calles del sitio que la vio nacer, crecer y
formar una familia.
Entre nuestros personajes,
Leyli es infaltable. Hoy inauguramos las semblanzas femeninas con la
presentación de esta dama, guerrera de muchas batallas, que sabemos vendrán más,
sin embargo, las ganará con el mismo espíritu.
GALERÍA
Es fuerte, pero también acude a ella la tristeza. |
Escucha con atención... |
... puede asombrarse y alegrarse... |
Enorme parecido con su madre: doña Elsa. |
... y de repente, estallar en una sonrisa. |