Ojojona: Sergio Almendárez, cerca del medio siglo de carrera artística



El pintor pidió que las fotos fueran espontáneas.
El reconocido pintor nacional Sergio Santiago Almendárez Rosales se radicó en Ojojona en el año 1972. Una década antes había llegado a Tegucigalpa procedente de su natal Olanchito, Yoro, a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA).

Fui a buscarlo un jueves, y sin previo aviso, a su casa, a la que él mismo bautizó como “El santuario”, por la cantidad de amigos que recibe los fines de semana. Salió su esposa y enseguida me dijo que Sergio estaba durmiendo, pues acostumbra dormir luego de almorzar. Acordamos con ella que volvería a la 1:30 p.m. Al regresar ya lo encontré incorporado y se originó la plática que a continuación comparto.

Cuéntenos cómo llegó a Ojojona

 

Yo soy un hombre pueblerino. Nací en Olanchito, Yoro. Allá empecé mis estudios primarios; allí surgió la idea de venir a estudiar a Bellas Artes. Para venirme a Tegucigalpa tuve que trabajar un año; ahorré la cantidad de 750 lempiras y logré llegar a la capital. Me vine cuando tenía 15 años de edad; solo que no sabía adónde venía. Me gradué y empecé a exponer, a hacer mis primeros pininos. Luego, pese a vivir tantos años en ella (Tegucigalpa), nunca me pudo absorver, pero si regresaba a mi pueblo no tendría futuro como artista, entonces estando ya casado y con hijos iba a pintar a Santa Lucía, Valle de Ángeles, Alubarén y venía también a Ojojona porque siempre me gustó. Me fascinaba más que todo su entrada, por el puente La Bocana, era una curva y unos hermosos pinares y de repente ¡fum!, el pueblo: ¡qué belleza! Y dije, bien, voy a ver si puedo comprar, y encontré esta casita, que solo era de adobe y tabla de orilla; no era habitable, estaba abandonada. Yo visitaba todos los lugares con el maestro Dante Lazzaroni, pero fue este pueblo el que me fascinó; seguramente por tener más reminiscencias de los españoles.

Sergio vive sin mayores opulencias, porque en la sencillez está la belleza, dijo.

¿Cómo logró sobrevivir todo este tiempo a través del arte?


Tuve un buen mecenas. Siendo todavía un estudiante logré el apoyo del propietario de un banco, el doctor Paul Vinelli. Él siempre creyó que yo tenía futuro. Y además, poco a poco, montando exposiciones colectivas y uniéndome a los grupos reconocidos del medio.

¿Recuerda alguna exposición en especial?


Hay una muy especial que siempre me llamó la atención. Expuse 35 obras y en la misma noche se vendieron todas. Fue especial, porque siempre en una exposición quedan cuatro o cinco cuadros, pero en esta no.

¿Qué opinión tiene de las bienales?


Participé en ellas, pero como todo es difícil (…) me aislé un poco de la farándula artística y me vine a refugiar aquí a Ojojona.

Pero hasta aquí lo han seguido los clientes…


Allí está el asunto (ríe), que ahora mi casa se ha convertido en una especie de santuario. Todos los fines de semana viene la gente: “¿Qué tiene, Sergio?, necesito un cuadro, ¿cuál es lo último que ha hecho?”.

El artista muestra su estufa Lorena, hecha de lodo y arena.

Aproximadamente, ¿cuántas obras ha pintado? ¿Lleva algún conteo?


No, sinceramente no. No he querido llevar ese conteo, porque cada obra es un hijo para mí; bueno, malo, como sea, es algo que en el fondo incluso me da pesar venderlo. Me encargan bastantes bodegones, porque parece que ha gustado mucho ese tema, pero estos son tan difíciles de desarrollar que cuando logro hacer uno y quedo satisfecho con él, no quiero soltarlo.

¿Usted cree en la inspiración o en la disciplina del artista, o ambas se conjugan?


Van conjugadas las dos cosas. Yo trabajo todos los días, incluso los domingos, con la inspiración, desde luego. Los estados anímicos me ayudan también, porque hay ratos que digo voy a trabajar, pero hay un momento que pego, ya no puedo avanzar. Aquí tengo un cuadro; tiene nueve años: no lo puedo terminar.

¿A qué se deberá?


No sé. Se me fue la musa de ese cuadro. Lo tenía frente a mí, me fumaba un cigarrito y lo observaba. Tal vez solo son dos toques que le faltan y ya. 

¿Cuál es la línea de tiempo de su obra?


Desde 1968 hasta 2015, ya como profesional, es decir, tengo 47 años de carrera artística.

"Esta es mi oficina; aquí me desconecto del mundo", afirma Almendárez.

¿Ha experimentado con otras artes o dentro de la misma pintura?


Buena observación. Sí, he experimentado que he evolucionado en la gama de colores, que he avanzado en mi paleta en sí. Aunque no he pintado mi mejor cuadro. También he evolucionado en una temática diferente: los napoleones.

¿Usted le pone nombre a sus paisajes o los deja sin título?


Sí, les pongo el nombre del lugar donde ha sido pintado. Como los de Ojojona, al que ya voy a empezar a pintar, porque siempre me propuse algo, pintar desde afuera, porque uno va envejeciendo y llega una etapa en la que ya no quiere salir; entonces lo he dejado de reserva…


Sus otras facetas 

Además de su oficio, don Sergio, como se le conoce en el pueblo, ha mantenido otra disciplina: la de coleccionar plantas.


Aquí es donde se entra al mundo verde, donde la naturaleza sigue su curso.

“Tengo al menos 150 especies de plántulas aquí. La afición viene de mi amada madre”, expresa orgulloso el pintor.

Y es que Almendárez ha creado un sotobosque, concepto que se le da a los arbustos, matorrales y hierbas plantados al pie de los árboles.

Un hábitat natural ha creado el pintor olanchitense.

Asimismo, al recorrer el laberíntico espacio ecológico, se puede hallar un cultivo de tilapias y una pequeña granja avícola, entre otras atracciones y sorpresas.

En esta pileta don Sergio mantiene unas 150 tilapias.
“Como ve, aquí vivo feliz; cuido mis plantas, mis animales… Estoy pasando una vejez tranquila”, dice Sergio, quien pronto cumplirá 70 años de edad.

Mi estancia en “El santuario” duró no menos de cuatro horas y media. Luego de la entrevista y el recorrido, me convidó un café preparado por su esposa y proseguimos la plática.
 
Incluso esta vieja carreta ha sido reciclada por el artista.

Durante el recorrido, Sergio también dejó mirar su pequeño cactario.

El artista deja por ratos el pincel y se consagra al arte japonés del bonsái.

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