El pintor nacional Willy Flores está de vuelta en Honduras y eligió Ojojona como residencia. Tras enterarme de su estancia, me
contacté con él para hablar un poco de su arte, particularmente, de sus perros.“
Es un pretexto para mí pintar perros”,
dice secamente, mientras se sienta, y sin ánimos de que
la frase quede para la posteridad”. Llegó procedente de Costa Rica, país al que
fue a estudiar Historia del Arte tras egresar de Bellas Artes, y en el que se
radicó por un lapso de 15 años. Tuvimos una amena plática que presupuse
publicaría como entrevista, no obstante escribí mi visión crítica sobre su
obra.
Existencialismo en la obra de Willy Flores
En la obra de Willy Flores es evidente el predominio de los perros.
Cualquier observador desprevenido podría pensar a primera vista que se trata de
mera obsesión por la especie canina, de un humano ataque de ternura; sin
embargo, su pictórica va más allá de presentar a estos seres que frecuentan los
bajos de las sillas, las calles y los sofás: refleja las condiciones humanas
inherentes a la realidad en la que vive. Es la exposición de la deshumanización
de la que es objeto a partir de fenómenos como la tecnología, y para lograr
éste cometido utiliza como vehículo la figura canina, asimismo, al hombre provisto
de bombín y las tazas vacías. Tres elementos en contubernio, un uso restringido de
objetos con los que dice mucho. La consecuencia de esta economía de objetos en la
plástica de Flores son diversos espacios vacíos -premeditados- que levitan;
así, nos preguntamos si la soledad está dentro del hombre o fuera de él. Y si
bien es cierto que el perro constituye, a veces, la mejor compañía del hombre
como ser animal que intenta llenar ese vacío existencial con el que nace el
humano, o bien como arma de rebelión, en la obra del pintor hondureño no es un
inocente can, puesto que pone al humano que lo observa desde fuera en
antagonismo consigo mismo, es decir, le devuelve a través de distintas miradas
la nostalgia y la mismísima soledad en la que se halla hundido desde que nace. Willy
Flores, entonces, viene a conferirle personalidad auténtica a esos seres que
vemos callejear, trajinar y casi hablar; de ahí mismo, de esas escenas, surge
su analogía pictórica. La obra del artista, como dirá él, no es bonita; aquí el
perro hace las veces de espejo. Por otro lado, está la domesticación a la que
es sometido el hombre por la sociedad de la que es parte, ese mundo simbolizado
y dentro del cual se halla la tenencia de mascotas, a las que se las ve como
cosa. Entonces nos hallamos en el punto donde confluyen animal y hombre y
viceversa, pues, somos conscientes de que el humano también es ingratamente cosificado:
si tiene vale por lo que posee, si no, sigue siendo un mortal común y silvestre. De
ahí se supone ese actuar contra la realidad de Willy Flores a través de sus
pinturas, que no son menos que un arduo trabajo por legitimar su discurso
pictórico en la búsqueda de la sensibilización; en sí, promover una
contraconducta.
Yonny
Rodríguez
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