EDITORIAL | ¿Qué le dejó el 2016 a la Cultura



Chimenea Gigante en Trinidad, Santa Bárbara. Foto | Armando García.

YONNY RODRÍGUEZ | Ojojona

A la vista del lector desprevenido o del ciudadano despreocupado, la cultura no sufrió mayores cambios ni avances.

No obstante, en el año se realizaron cualquier cantidad de presentaciones teatrales, recitales poéticos y musicales, festivales de artes escénicas, muestras pictóricas, una feria del libro, salidas al exterior de escritores, poetas y actores, publicaciones de libros y revistas, entre otros.

Las aperturas del nuevo Centro Cultural Bambú y de la Galería Nacional en Tegucigalpa y la continuidad de las galerías y museos en Valle de Ángeles y Ojojona, se suman a una lista interminable de manifestaciones artísticas autogestionadas y realizadas durante 2016.

Como se aprecia, la cultura goza de buena salud, hay construcción de artes en Honduras, pese a la avalancha de atentados que comete la institucionalidad para impedir que los trabajadores de la cultura continúen en el oficio que les da de comer.

En referencia a lo anterior, muchas veces se lee o se escucha aquel oxidado dicho que en Honduras “no hay apoyo”; y sí, ciertamente no existe como el artista lo espera, pero si analizamos ligeramente, habría de juzgarse la calidad de arte que éste realiza, a qué público lo dirige y a quién le presenta sus proyectos.

En Honduras y en particular en Tegucigalpa hay instituciones y empresas públicas y privadas que propician espacios y subvenciones a los artistas. El siguiente paso es buscar, insistir y perseverar por la obtención de lo que se pretende. Hay muy buenos ejemplos de lo recién mencionado.

Pese a eso, cada uno habrá sentido la necesidad de una política cultural que abarque todas las áreas de acción, que dignifique la vida en el arte y las letras, sobre todo, aquella que dé seguridad social a los artistas.

Tal vez suene irrisorio, pero el gobierno seguro vio la desunión de la comunidad artística hondureña y en lugar de procurarle bienestar y apoyo, le endosó una tasa de gravámenes a sus honorarios, de por sí pírricos.

Este año que culmina muchos debimos acostumbrarnos a que antes de cada pago nos debitaran el 12.5 % de impuesto sobre la renta, además de cargar un talonario de facturas personales que dura un año. El trámite de la declaración es otro asunto. Todo lo anterior hincha las arcas públicas, no así, las de los trabajadores del arte y de la cultura.  

A consecuencia de estas acciones, se observó en las calles, semáforos y buses un incremento de payasos, caricaturistas, mimos clowns, malabaristas, estatuistas y muchos actores escénicos; aunque hasta ellos se vieron fastidiados por la AMDC y su Policía Municipal.

En suma, se puede hablar de un balance; se hizo cultura, y para no perder la acostumbrada dualidad, el gobierno siempre estuvo presente con todo género de sabotajes y represiones.

Hacer arte y cultura en Honduras es un acto de sedición, es respuesta y contrarrespuesta a un Estado parte de la civilización del espectáculo, que hace más culto a la ignorancia y a la creación de celebridades que a velar por el bienestar de quienes son sustento y columna de este país.

Se seguirá haciendo arte y cultura en el país porque sí, porque es una decisión de todos aquellos que no estamos de acuerdo con el statu quo, con el orden de las cosas y, sobre todo, porque es búsqueda y hallazgo de alimento para el alma y para el cuerpo. ¡Provechoso 2017!

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