El cielo
nunca estuvo allá. Estuvo aquí, entre nosotros, vestido de miseria. Falta
vernos entre escombros con nobleza y sacrificio, con una especie de locura y optimismo,
imaginando que una idea gigante es posible. Si salimos a la calle, encontramos
el ruido que murmulla por todos lados, ese que nos define y que nos muestra al
niño en una esquina respirando resistol o a la madre que da a luz consciente de
que carecerá de medicinas para su hijo.
¿Cómo
podemos vivir ignorando esto? Cada instante de vida en este río de esperanza es
un milagro en el que uno se debe sumergir y renacer. A veces cuesta trabajo
comprender de la misma manera y cariño a los que cantan cosas extrañas,
pensando “esto es Hollywood” y olvidan a este niño de la calle, quien también
merece una canción, también tiene derecho a la educación. Es cobardía decidir
entre aquello y lo otro.
Hay razones
de sobra para encaminar nuestras letras y pensamiento hacia un grito robusto
que exija la construcción de un mundo mejor. Ahora más que nunca necesitamos a
los artistas, académicos e intelectuales de nuestro país; es precisa cada
chispa de rebeldía y nobleza para construir un lenguaje sencillo y valiente que
sirva como arma de todo un pueblo. Un canto sincero que sea parte de todas las
luchas, de todas nuestras alegrías y esperanzas; un canto común que pueda ser
aprendido por todos y todas.
El arte es
una herramienta de los pueblos en tiempos de crisis, es una oportunidad para
transmitir valores y nuevas ideas. ¿Quién dice que no se puede cambiar nuestra historia
desde un movimiento enérgico que huela a canción, a letra y a pintura?
Quitémonos
la soberbia, el egoísmo y el miedo que hemos arrastrado por error y que nos ha
costado gran parte de nuestra felicidad.
Hace falta
también ensuciarnos un poco, porque este país es tierra, bosque y río y tenemos
como fin romper el muro de cristal que nos impide llevarnos a otra dimensión,
donde el amor sepa más a calle, a flores, a cielo y a comunidad que a teléfonos
y revistas, allí donde la belleza sea un espacio comprendido entre nosotros. Un
lugar donde el mar no sea mar, sino agua que llueve como espejo de nuestra
evolución.
Hace falta
mucho camino por recorrer y tanta gente por persuadir, sin embargo, debemos
dejar atrás el individualismo y comenzar a creer más en nosotros mismos que en
ideas foráneas. Hace falta empoderarnos de nuestra cultura, de nuestra
multiculturalidad, de todas las características que nos devuelvan nuestra
condición humana.
Esto es
cultura, lo demás sólo es búsqueda de atención personal, un mero juego de
palabras. Ya hemos aprendido suficiente. ¡Hasta aquí!