Tiliche, un tipo inofensivo y dueño de su mundo

Gerardo Aguilar, «Tiliche» en Ojojona.
YONNY RODRÍGUEZ | Ojojona

Sale de la bocacalle que lleva al barrio Españita donde ha vivido siempre, recorre la avenida principal de Ojojona, llega a la Plaza Central y uno a uno va revisando los basureros del Centro Histórico en busca de algo de comer.

El sábado por la mañana revisó los tres que están frente a la alfarería de Emiliano España, y aunque no tuvo éxito, no hizo ningún gesto de decepción o amargura, sólo caminó y se arrimó junto a la Iglesia de El Carmen a observar un grupo de adolescentes que insinuaban elaborar un proyecto de ciencia.

Gerardo Hernández Aguilar, su nombre de pila, está en el consciente colectivo, sabe que como puede ser centro de atención, también suele pasar desapercibido en la comunidad, y quizá esta sea la primera razón por la cual cuando uno se le acerca algo se activa en él que le impide conversar, y si lo hace, responde con respuestas evasivas o disparates que bien motivarían pensar que está loco.

No está loco. Eso se puede averiguar en la mirada; su existencia deambula en un estado anímico que descubrió entre infusiones de floricundas y dormilonas que se lo llevan a mundos que conoció, le gustaron y por tanto, decidió quedarse allí para crear el suyo. Es inofensivo a la gente, aunque no presta servicios, prefiere sumergirse en su leve misantropía, pasar la vida al lado suyo, disfrutar de él, reírse con él mismo, ya para autodestruirse ya para trascenderse.

Tiliche tiene cuerpo menudo y tez trigueña, pelo liso y ojos negros y ha de medir un metro sesenta, lo que lo hace parecer un niño. A saber cuándo fue la última vez que comió un plato de comida completo hasta saciar el hambre más canina, no obstante, la interrumpe con tabaco, con colillas que recoge de las calles y con los restos de alimentos que halla en la basura. Este estilo de vida lo hace ver más viejo que los 42 años que dijo tener: pelo, bigote y barba ya tienen canas y la parte frontal de su dentadura ya no existe.

Personaje de apariencia descuidada, sí. Existe gente que se le aparta, claro. Y si no lo conocen, ¿con mayor razón? Pero esta actitud acre y peyorativa quizá responda a que como humanos estemos expuestos a estas condiciones; de alguna manera, lo que vemos en él está en nosotros, por eso lo rechazamos.

A Tich o Tiche, según el confort en el lenguaje de quien lo aborda, se le vio muchas veces caminar la Carretera Panamericana, tal vez la recorría en busca de manjares, para gozar su libertad o por el simple motivo de hacer un poco de cardio. Durante nuestra fugaz entrevista le pregunté a qué se dedicaba antes… Sin abrir mucho la boca, solo dijo «bombero» (de gasolinera), suficiente para acompañarle a esta palabra una penetrante fragancia oscura y silvestre.

Después de cuatro o cinco minutos tomó asiento en una grada, y tan pronto como se hubo sentado y cual si recordara algo que debía ser atendido con extrema urgencia, salió disparado como un misil. Media hora después apareció con otra camisa, algo más deportivo, juvenil y, sobre todo, adecuado contra el calor. La última vez que lo vimos se hundió entre la Iglesia San Juan Bautista y la fuente del parque. Iba feliz, siempre lo está, o por lo menos, es lo que aparenta.

GALERÍA


Solo él, en su fuero, sabe sus pensamientos...

La mirada es la vitrina del alma. La inocencia capturada en una foto.


Demasiado relajado, demasiado indiferente...

... dice seriamente un disparate y de repente una súbita explosión de risa.