Heber Sorto, poeta que le canta a la imposibilidad de los días

HEBER ERNESTO SORTO. Nace en Olanchito, Yoro, el 5 de mayo de 1973. Es director de la Casa de la Cultura de Olanchito. Ha publicado «Canto Nuestro» (1994), La última mejilla del horizonte (1997), «Arte poética» (2000), «La ventana» (2001), «Caballos marchitos» (2004), «Hojas reunidas» (2014), entre otros.

Fotograma del poeta. McDonald, A. (2015)

Ha ganado el premio Juegos Florales de Santa de Copán los años 2001, 2002, 2003 y 2004; obtuvo Mención Honorífica en el premio «Víctor Hugo» convocado por la Embajada de Francia en Honduras. Antologado en «La hora siguiente: Poesía emergente de Honduras» (1998-2004), «Honduras: Poesía política», elaborada por el poeta Roberto Sosa (QDDG); «Papel de oficio» (2007). Participó en diferentes festivales de poesía de Centro y Sudamérica.

Al respecto de su poesía, el poeta Livio Ramírez escribe:

«El tiempo, el amor y sus vertientes, que van de la pareja a lo filial; su ciudad de origen y las relaciones a veces conflictivas con su entorno humano y social, son algunos de los temas que Heber Sorto aborda en su poesía. Su visión de la ciudad natal trasciende los límites de lo meramente provinciano, pues los conflictos internos y vitales que esta suscita en el poeta son universales.»


OJO DE PUERTA

Regreso a esta casa
Como quien vuelve de la Patagonia.
El cuarto tiene las uñas largas,
de todos lados salen los recuerdos
y se entrechocan por abrazarme.
Vuelvo a esta casa,
y nunca una casa ha tenido tantos amigos,
el vaso de agua no descansa.

Tocan,
yo voy a la puerta de siempre,
es decir, al ojo de la puerta para abrirle
al caballo a la mariposa, a la lluvia, al trueno.


LA VENTANA

Nunca pensé
en sacar el rostro a la calle,
una lluvia desafiante como un árbol
cerró las ventanas dentro de mis ojos,
el presente entonces era solo un chorro de palabras
que goteaba de la fuente de mi mano.

Siempre amé las ventanas
aunque nunca tuve una para compartirla,
pero alguien me habló que de a ratos
el paisaje se mira a través de paredes o de lágrimas,
que el horizonte llora de espaldas como el océano,
que los niños golpean el río para deshacer las tormentas,
que hay que cruzar muchas calles para llegar a otros ojos,
que el silencio se hace de borrones,
que el espejo de repente se abre y nos traga,
pero siempre abrí la ventana que nunca tuve
y tengo árboles
y calles
y lunas,
y también tengo aquello que siempre quise encontrar:
la ciudad que no conozco, donde recojo mis pedazos.


CANTO NUESTRO

Dejemos para otros los volcanes
de sabiduría,
nosotros somos distintos,
una paciencia nos asiste,
la vida la entendemos simplemente.

La lluvia tardía y los frutos que caen
en el solar ajeno
sabemos que no son nuestros.
Vivimos rodeados de incontables espejismos,
pero conocemos donde encontrarnos
aferrados a la realidad.

No somos aves que sacan ojos en vez de peces,
no somos los frutos oscuros de esta tierra,
entre nosotros está el amor,
nada puede perdernos,
nada.


RUTINA

Nuevamente la ciudad se entrega
a sus antiguos ruidos,
camino como un borrón en una pizarra en blanco,
es incómodo el silencio o el bullicio
cuando uno quiere platicar con uno mismo
para sacarse toda la paja seca que nos cubre el alma.

Los ojos de  mi hermana en los brazos de mi madre
no tienen nada que hacer
más que inclinarse sobre su hombro.

Entiendo que debo pagar impuestos por ser feliz,
por amarrar mis emociones a la cola de un caballo,
por cruzar la calle a visitar a mis amigos
que un día olvidaron mi rostro
y dejaron un candado en mi garganta.

La ciudad es la puerta al abandono,
a la tristeza,
a los insectos.

No tengo prisa por llegar al misterioso espejo
que me repite todos los días:
estás pálido, muchacho.


DORMIR EN CASA AJENA

El insomnio es el gran amigo.
Ronco me habla de los recuerdos
como bandadas de caballos que pasan.

Debo sacudirme el árbol de los ojos
para que caiga el cansancio.

Un hombre como yo,
que se sostiene en una asfixia,
que sonríe en un viento que se cansa,
vive con un pie atorado
y una mano metida en la boca de los sueños,
obligado a cantar en cuatro paredes
para mirar las celosías…

Un hombre como yo
muy lejano de su casa,
mirando callejones,
luces quebradas,
y al lado los viejos buhoneros que pasan
en busca de su memoria.

Un hombre como yo
solo quiere que amanezca.