YONNY RODRÍGUEZ │ Tegucigalpa
Dice la Biblia, en Mateo 20:26, que quien quiera ser líder, primero debe ser un
servidor de los demás. Desde este versículo no se pretende crear una tesis ni
mucho menos un sermón. Se intenta evacuar algunas dudas, tratar de resolver algunas
actitudes que padecemos los humanos, sobre todo, el que supone vivir para el
arte (¿o del arte?).
Cada artista lamenta la carencia de público en sus
eventos. En un artículo anterior se reflexionaba sobre la actitud deshonesta o
egoísta que muestran algunas personas para con sus contemporáneos, o sea,
solicitar siempre con cierto recato su asistencia, pero no por esta acción
quien asiste recibirá a cambio una asistencia a su próximo evento. Es decir, se
ignoran, entre otras, la ley de la reciprocidad.
Si bien la solidaridad existe luego de circunstancias
adversas, en el arte no se da así, seamos honestos. Por ejemplo: asistir más de
una vez a un acto, a una obra, a un conversatorio poético o a un recital
musical es hincharle de a poco el ego al titular de aquella manifestación; es
engrandecerlo, contribuir a que aquel lo supere. Es incómodo decirlo, pero es
así.
El contexto social influye grandemente en el ser y
pensar de las personas, un artista, dada su condición humana, no está exento.
Del sitio donde nació hereda la baja autoestima, que se refleja en actitudes
egocéntricas y de inseguridad, que a su vez derivan en indiferencia y desunión.
En un país como Honduras predomina el individualismo,
los ánimos de superarse solo. Quizá sea producto de la desconfianza que generan
las malas experiencias colectivas o bien la obsesión de brillar con propia luz.
Sin embargo, no hay que desapercibir las disciplinas que son naturalmente
individuales como la escritura, es decir, que se realizan de manera solitaria.
Muchos de los que lean este artículo no permitirán la
mentira: hay gente que a menudo asiste a cualquier cantidad de eventos
artísticos y culturales con el único fin de disfrutar sin ninguna pretensión snob, sin la voluntad deliberada de
buscar atención en una actividad desdeñada desde siempre. Va porque le da
placer estar allí, porque le nutre el alma, no se aburre; en cambio lo
disfruta, sin embargo.
Hay quienes hagan lo contrario, ir por mera pose, por
cumplir un compromiso fraterno o académico. El arte así no se disfruta, pues se
propina más atención a otras cosas que a apreciar la pieza en escena.
¿Quién quiere ser un sirviente? Las palabras de Jesús no hallaron
asilo en la mente humana, ni de la época, mucho menos de nuestros tiempos. El
ser humano, nosotros, constantemente busca la manera de escapar de la condición
de sirviente, intenta por cada medio posible superarse para poder «crecer».
No obstante, Jesús expresó la paradoja: «Si quieres
ser grande, debes ser siervo». Parece difícil. Mira a su alrededor y piensa: «No
puedo rebajarme ante ellos, qué van a pensar de mí mis hijos, mis amigos, mis
compañeros».
Recordemos un ejemplo del Maestro: él, estando en la
santísima gloria, se humilló hasta tomar la forma humana física, siendo Dios se
hizo hombre, y no solamente eso, nació, vivió y murió de la manera más humilde. Él, siendo el rabí, el Maestro, lavó los pies empolvados y sudorosos de sus discípulos
que lo miraban sorprendidos, sin poder entender tal actitud. En todo momento
tuvo una actitud de servicio hacia los demás, es allí donde radica la grandeza:
en el servicio.
¿Será posible la unión, el apoyo para crecer a la par,
sacar la vocación de servicio?
Todo es posible. Tal vez sea la zona de confort en la
que vive el hondureño que no lo deja ser, avanzar. Está acoplado a las
circunstancias que la época le ha ordenado vivir: es un asimilador y aguantador
experimentado.
Otro punto es la circunstancia económica que, si bien
es un cliché, una pésima excusa, no deja de ser impedimento para realizar lo
que en ocasiones se quiere. Y si a esto se agrega la inseguridad, el panorama
enseguida oscurece. No obstante, querer es poder, basta la voluntad; el gusto
se adquiere con el tiempo, de ahí que toda esa farsa de no tener dinero y que
son tiempos peligrosos se derrumbe.
Un ejemplo claro es cuando equis o ye banda o grupo
musical de momento visita el país, es sorprendente los mares de gente que asisten, y no es que
la entrada sea barata; la más cómoda ronda los 500 lempiras. Para el caso, hace
no más de un mes se presentó una banda de reggae cuya entrada a su concierto
costó más de 800 lempiras su localidad más barata y alejada.
Aquí salta el concepto de «malinchista», es decir,
aquel que exalta lo extranjero y desdeña lo nativo, ¿por qué esta actitud
antipatriótica?, porque si se habla de mala calidad de las obras suena
patético, ya que la mayoría de hondureños no es experta en crítica académica.
Claramente se deja ver un rechazo cáustico a la producción
hondureña. Y es que el catracho sabe su condición, sabe de dónde viene, conoce
su idiosincrasia, por eso, observar, apreciar, presenciar al otro no es menos
que verse retratado a sí mismo y, por tanto, despreciarlo. Entonces hurga, indaga
en nociones importadas. Va activamente a su búsqueda, va ingenuamente a su
encuentro.
A lo anterior se le denomina crisis de identidad, una
asignatura históricamente pendiente, una deuda del Estado con el pueblo. Es una
cuestión de asumir responsabilidades éticas y morales. Le queda al hondureño
salir de la burbuja que habita, buscar trascenderse. En este sentido, la
lectura debería considerarse un producto de la canasta básica, como se convirtieron el celular, la recarga, los datos.
Servir no se debe entender en la definición de ser criado ni tampoco en el extremo de rendir culto, no; más bien en el concepto de acompañar, de atender, de llenar los espacios, de trabajar a la par. Así va a mejorar esta circunstancia.
SI TE GUSTÓ ESTE ARTÍCULO, PODÉS COMPARTIRLO PARA QUE LLEGUE A MÁS PERSONAS.
— BUCENTAURO.