Doña Tina Nieto, toda una vida entre la confección y el credo


La vida de doña Tina ha sido tranquila, según refirió ella.

YONNY RODRÍGUEZ | Ojojona

Clementina Nieto nació en Ojojona el 19 de octubre de 1922 cuando se inyectó por vez primera la insulina y Carl Nielsen estrenaba su Sinfonía 5; cuando James Joyce publicaba su novela Ulises y era electo Pío XI como nuevo Papa.

Doña Tina, como es reconocida en el pueblo y alrededores, nació en una casona ranchona, propiedad de don Joche Aguilar que estaba enfrente de donde las monjas. Eran ocho hijos, cuatro mujeres, cuatro varones. Ella es la mayor.

–Estamos por mitad: estamos dos mujeres y dos varones, sólo tuve un hijo, José Ramón, porque no fui casada y nunca me salí del poder de mis padres –narra, y se percibe rectitud en sus palabras. 

Católica de primera mano.

Empezó a trabajar la costura a los 13 años. Su mamá contrataba trabajadora pero ella ignoraba eso y se ponía a moler en piedra tortilla palmeada.

Cuando estaba en la escuela padeció del pecho, pero el fuego infantil no la dejó entristecerse. Todavía recuerda que había un zaguán con 20 arriates y que les daban uno por cada dos alumnos.

–Allí sembrábamos flores –y su mirada busca un punto fijo desde donde despegar hacia la nostalgia. 

El énfasis para narrar algunos pasajes de su vida.

Cuando niña en edad escolar sembraba milpas en la Plaza, allí entre las casas de la profesora Erlinda y de Emilio España y de la iglesia San Juan Bautista.

–En esa década estaba cercado de raja parada –detalla con entusiasmo ya establecida en su tiempo –Hacíamos tamales y salíamos a venderlos… Hasta el padre Efrén Aguilar quedó encantado porque un día fue invitado a comer. Grandes tiempos vivió aquella niña de Ojojona que cursó su primer grado en Curarén.

Recordó que a los 13 años también ingresó a la Guardia del Santísimo. Estar dedicada a oficios religiosos la llevó a trabajar toda la vida vistiendo los santos de la iglesia, inclusive cuando estaba Francis Schiffer. Al llegar Tony Salinas ya no.

–Un día me mandó a llamar, estuvimos hablando sobre los grupos, me dijo que por mi edad ya no siguiera, entonces sólo me dejó en el grupo de la Guardia. 

Tal vez refería algún lugar. Nos llevó a muchos durante la plática.

En el grupo hay 18 hermanas. Doña Tina ya tiene 38 años de ser la presidenta. A sus hermanas en Cristo las trata con tierno respeto, las aprecia tanto que incluso lleva cuenta de cuantas han partido.

Su lucidez sigue casi intacta. Le gusta narrar anécdotas. Se ve en ese entusiasmo capaz de llevarla a la espontaneidad de cantar a capela oraciones en latín. Sí, cantó el “Salve, María” y el “Responso de las ánimas”. Sobre ésta particularmente dijo que en Lunes Santo salían en procesión hacia el cementerio y allí lo cantaban.

No se amola, a su edad todavía confecciona “sus ropas” y trabaja ajeno; le ha hecho sus vestidos durante años a doña Ana Rosa Laínez, la abuela del autor de este artículo.

Aunque es importante mencionar que hace cinco meses una puerta con resorte le golpeó el talón y la tiene alejada de sus dos máquinas. Pero no se echa para atrás, la profesora Maritza la pone a bordar porque exige estar ocupada. 

Su liderazgo siempre se ha dejado sentir.

Ya se acerca la Feria de San Sebastián, sin duda estará allí al frente de la Guardia del Santísimo. A propósito, contó que su papá fue mayordomo de San Sebastián, también su abuelo, el exalcalde José María Nieto Rivera. Dijo que eran de los que iban a Lepaterique.

Asimismo, su abuela Pancha Zelaya le contaba historias fascinantes sobre las idas a El Rancho. Le narraba que allá les tenían conservas de naranja, rosquillas en miel y chilate en cumba. Y ella era feliz oyendo todas aquellas historias de montados, de misas enmedio del bosque y del baile de los moros y cristianos, del caballito y del zopilote.

¡Cuánto por contar y el pueblo tanto por saber! Pero recorrimos a trancos parte de la vida de la luchadora incansable que siempre carga un crucifijo en su pecho, pues es Dios quien le ha permitido ascender a tan alta y anhelada edad.

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