Santos Higinio Garay, maestro alfarero de Ojojona


El maestro alfarero Santos Higinio Garay dedicó 45 años al oficio. Hoy se mantiene en merecido reposo.

YONNY RODRÍGUEZ | Ojojona

Estamos preguntando a su hija si está don Santos. Nos dice que ella puede contestar algunas cosas. Le explicamos que no. Andamos en busca del pionero de la alfarería en Ojojona y sólo él nos puede narrar aspectos de este oficio y de su vida.

De repente lo vemos subir. Trae una camisa de vestir blanca con rayas grises verticales y un pantalón khaki negro. Saludamos y a continuación le explicamos nuestro objetivo.


Lo primero es conocer su historia alrededor del barro. Se afirma en su silla: deja caer los hombros y relaja los brazos sobre los soportes, luego levanta ligeramente la cabeza como si colocarse así lo trasladara a antiguas épocas. Empieza diciendo que antes sólo había alfarería lenca, es decir, la utilitaria.

–Definitivamente me gustó  –contesta cuando se le interroga cómo entró en este oficio. Dice que aprendió con una cooperativa salvadoreña a través de doña Mina Cerrato en 1960 y que después de trabajar catorce años para la misma se independizó. 

La nostalgia acude a sus ojos y se escapa en un suspiro.

Don Santos Higinio Garay nació en La Cofradía de Güerisne en 1943 en el seno de una familia humilde, condición que lo forzó a venirse a ganar la vida al pueblo a la edad de ocho años. Aquí arreó ganado durante seis años hasta que se introdujo la alfarería en Ojojona. Hoy tiene setentaicuatro años, cuarentaidós de los cuales dedicó al barro y a generar empleo y divisas.

Procreó treintaidós hijos que le han dado, según su tanteo, más de sesenta nietos. Cuando se le pregunta cómo fue en sus tiempos de juventud confiesa que siempre fue inquieto, amante de las fiestas y también del fútbol. Además, “como todo varón, le gustaban las muchachas”, un aspecto de su vida que queda evidenciado en la introducción de este párrafo.

–Los hijos los da Dios, uno no los pide; realmente me siento bendecido –responde con seguridad y orgullo a qué se siente ser el patriarca de la familia Garay.

Sigue sereno en su silla, no se ha movido, le gusta hablar de su experiencia. Dice que siempre fue bien respetuoso de las muchachas. A manera de anécdota, cuenta que en ocasiones estaba acompañado de otros jóvenes que decían piropos o silbaban a las chicas, una conducta que él no miraba con  buenos ojos por lo que enseguida los reprendía mediante un consejo. 

Cualquiera diría que despotrica, pero no habla mal de nadie. Es sólo un gesto.

Merece recordar que las conquistas hace cincuenta años eran muy diferentes respecto a este tiempo. Por ejemplo, si un muchacho quería conquistar a su pretendida, debía ir a tirar una carga de leña en el corredor de la casa de ésta, si la joven la quemaba significaba que lo aceptaba, de lo contrario sabía de antemano que fue rechazado.

El Higinio de hace sesenta años se presentaba en una fiesta, bailaba, se divertía, pero sus ojos estaban puestos en las bailarinas.

– Yo buscaba una miraba bonita, y si la había, tenía que corresponderla –manifiesta con una leve sonrisa coqueta.

Esos tiempos idos ahora sólo son parte de una nostalgia generalizada y en particular, de la de nuestro amigo, quien expresa que extraña el Ojojona del ayer donde se podía correr libremente.

–Hoy en día el municipio ha crecido y con eso se ha estrechado, comenta mientras su mirada se fija en el pinar de enfrente y se vela de lágrimas.

Sin embargo, dice don Santos que es feliz. Dejó de trabajar hace quince años porque los doctores le recomendaron reposar: padece del azúcar. Actualmente se recoge en su casa al cariño de su familia y anhela que Ojojona se vea bonito.

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Un impasible don Santos, reposado.

Piensa para hablar y no se le escucha palabra soéz alguna.

Hombre sencillo y humilde, luchador y ameno.

Estrechar la mano de una leyenda del principal rubro de Ojojona es invaluable.

De hablar pausado, don Santos confiesa que siempre ha sido pacífico.

La postura de un hombre que ha alcanzado alegremente la madurez.