Don Carlos ahora dedica sus días al descanso. Fotos | Varela, N. (2018) |
YONNY RODRÍGUEZ | Ojojona
La visita a la casa de don Carlos fue mera casualidad. Habíamos
quedado con Noé salir a tomar fotos para la revista Bucentauro que saldrá en
verano. Estábamos en el napoleón cuando llegó Monchito Archaga. Abordamos varios
temas, entre ellos, el de «Tata Pedro». La leyenda dice que este personaje dejódos huellas sobre lajas en el municipio: una en Quebrada Honda y la otra en las cercanías
de la casa de don Carlos…
Movidos por la curiosidad fuimos a la casa de don Carlos. Al
llegar nos recibe su hijo Camilo y nos invita a pasar. Cruzamos la sala y desde
el marco de la puerta vemos que don Carlos reposa en una silla de madera junto al
fogón, los pies los tiene tendidos sobre otra silla, está vestido con gorro
de lana, chumpa y pantalón de tela y luce barba de una semana. El fuego está
chelito, es de boca pequeña y está repleto de leña de roble: las greñas rojizas
están ansiosas por consumir de una vez todos los leños. Por la ventana se mete
una diagonal de luz que cae liviana y tibia sobre el piso.
Es atento, sabe escuchar y también sabe cuando hablar: un caballero. |
Al vernos no se inmuta. Monchito le hace la pregunta y él
contesta que la huella no es está cerca de su casa, sino en barrio Yucanteca. Luego
indagamos en los oficios que ha tenido, dice que toda la vida fue fontanero,
pero también celador, arreador de bueyes y sacristán, sí, señor. «No hay como
ser servidor del pueblo», sentencia con orgullo.
Don Carlos González tiene 92 años. Nació en Ojojona el 18 de agosto
de 1926, volante de llegada del Pinares, fundador del España y católico empedernido, por si no lo
sabían. Narra que jugó junto a Cacayo, que nunca vio a otro portero de
cualidades tan atrevidas y admirables como las de aquel.
Una existencia tan dilatadamente vivida está llena de experiencias de
todo tipo. En ese andar vital, Carlos Yuyo, como le puso su entrañable amigo
Ramón Nieto alias «Campirana», alias «Pirrón», también estuvo a cargo de echar
la luz cuando la Planta Eléctrica todavía funcionaba. Detalla que ponían la
energía de seis a nueve de la noche. Ahora ese inmueble está abandonado luego
de ser saqueado por pepenadores y vendido a un pudiente señor.
—Era bonito ver cómo iba subiendo de a poco aquel agujero y oír el
motor que daba truenos que llegaban hasta El Arrayán —relata mientras se
reacomoda en su sillón porque ya le agarró sabor a la plática.
Por cierto, es de las pocas gentes del pueblo que se ha subido a un avión, sí, cuando hizo su servicio militar obligatorio esuvo en La Ceiba
tres meses, era parte de un contingente de 60 soldados —se lo agradezco a
Carías —y nos recorre de forma que le creamos lo que dice.
De seguro esta plática dominical al calor del fuego le sirve tanto de
refugio como de escape. Aunque don Carlos es pausado para hablar, no se deja
llevar por la emoción de tener la palabra: espera la pregunta,
luego piensa y finalmente emite la respuesta. Los ojos le brillan, es un destello humano que quizá refleje nostalgia, esa situación en la que cada persona cae cuando el
recuerdo flota y lo agarra desprevenido a uno.
Ya se acomodó don Carlos, ya bajó los pies. Hasta que escribo
estas palabras me doy cuenta de que siempre se sintió como sultán en su palacio,
nunca los bajó, sino hasta que acaso se aburrió de tenerlos así.
Otro actor en nuestra visita: el fogón. |