Las Exhumaciones, de Samuel Trigueros, imprescindibles en este tiempo



Este cuaderno de poesía es una constante catarsis del poeta.

Cuando concluí la lectura de Exhumaciones, cambiando el tiempo verbal del último verso, pronuncié las dos palabras requeridas, síntesis de una certeza, a la vez existencial y literaria: hay poesía. Pero no de la que surge para ser complaciente con las tendencias de moda, sino aquella que implica un modo de vida, una actitud que responde a los estratos más profundos de la consciencia. Samuel Trigueros, en desesperada catarsis, en descenso de vértigo, ha atravesado las capas más recónditas del yo y ha extraído cadáveres y fantasmas. Algunos, de antiguas señas. Otros, de recientes días. Todos, de persistente insidia.

Fragmentos de sueños rotos. Íconos destrozados. Estatuas derrumbadas. Escombros interiores con ropajes verbales de cuidada factura. Frases que se quedan flotando en el cerebro porque concentran una idea o instauran una analogía que hurga en las llagas personales: “Crematorio de las almas”; Un viento helado por las venas”; “Vida, rasgadura de dios / Cáliz de gemidos en el sopor del día / Pálido escondite de la muerte”; “Niñez encajonada que se asoma a un ataúd”; “Escribo sobre la piel del desencanto / Escribo desde la hirviente gusanera de los días muertos”; “Este precario respirar / este bultito de heces donde devino el sueño / como un íncubo sentado sobre el pecho”; “Entro a la noche, a su bajel calafateado en que las moscas celebran funeral perpetuo para la utopía”. “Pigs” en cualquier lugar donde se pone la mirada. ¿Qué cataclismos sentaron una semántica tan sombría que se proclama desde el mismo título del poemario? ¿Qué sociedad es esta que nos mutiló para la felicidad?

Circe no descansa. Ha trasmutado las esferas personales pero también ha ejercido sus malas artes en escala colectiva. Siempre viva, la vieja hechicera niega la posibilidad de reencontrar el paraíso en el cálido mundo de la ternura compartida y es la artífice de una sociedad agresiva y violentamente destructiva. El nombre de Isii Obed Murillo y el de la larga lista que encabeza bastan para corroborar la magnitud de su radio de acción. El tema no podía quedar al margen después del trágico 28 de junio de 2009.

El poeta Samuel Trigueros en una lectura de su obra más reciente.

Frente al cruce de lo personal y lo social, Samuel Trigueros no puede ser ecuánime. Demasiadas heridas como para pedirle contención a su palabra que surge, justamente, de tanto dolor acumulado. De ahí, la recurrencia en la imagen sombría o en la metáfora amarga. Un trabajo poético que nuevamente comprueba la razón que asiste a quienes, desde Horacio, afirman que, del dolor, nacen los cantos más hermosos.

Exhumaciones traduce una crisis social pocas veces alcanzadas en los anales de Honduras. ¡El país más violento de la tierra! Si a las estadísticas que consignan la cotidiana cuota de sangre, se le adicionan las otras aristas del entramado social (salud, empleo, vivienda, educación, recursos naturales, partidos políticos, ministros religiosos, administración pública y prensa hablada, escrita y televisada) se entenderá del abismo. Sea cual sea el lugar que punce, soltará ríos de maloliente pus. Esa es la matriz en donde se gestó la poesía de Samuel Trigueros.

No obstante, el espíritu es terco. Para oxigenar el alma, para no morir del todo, se aferra a pequeñas briznas de esperanza. Samuel Trigueros no podía ser inmune a este afán de sobrevivencia: “A la mañana más pobre / -de hojalata- / también le nacen pájaros”; Un poco, el “Para cada día / guarda un rayo nuevo / el sol / y un camino / virgen / Dios” de León Felipe. La poesía también puede ser un paliativo, tal vez un antídoto, quizá un anestésico, contra la incertidumbre. Exhumaciones ofrece una buena dosis de esa “constante ceniza que renace”.

Helen Umaña
Guatemala. 15 de agosto de 2012

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