ALFONSO ARMADA │ ABC Cultural
Contrastes hondureños en hotel capitalino. |
No es fácil ser Dios. Pero
menos fácil es no ser nadie. Vamos dando tumbos por las calles de Tegucigalpa
por temor a ser asaltados por quienes consideran que la vida (sobre todo si se
trata de tu vida, aunque también la suya) no vale nada. ¿Por qué hay tantos
poetas en Honduras y no di con ningún autor de novela negra? Aquí no voy a dar cuenta
de los crímenes, que para eso están los poetas y los estadísticos. Porque en
Honduras se mata tanto que los vecinos de San Pedro Sula, San Juancito, Valle
de Ángeles, Comayagua, Tegucigalpa... están cansados de que solo se hable de ellos
como de algunos países africanos: «Cuando nos matan. Cuando nos matamos».
No es fácil ser Dios en un
país donde el Domingo de Ramos tanto la catedral como la iglesia de Los Dolores,
la que levantaron los franciscanos, que también llaman la de los mineros, que
tiene una Virgen negra y un Cristo negro, y es más hermosa que la catedral,
están tan llenas de fieles con sus ramos para que se los bendigan que casi no
cabe un alma. Y eso que, también en Tegucigalpa, dicen que el alma no pesa, que
es ingrávida, que es el mechero que tenemos para alumbrarnos en las noches de
tormenta. Pero es que los hondureños lo fían casi todo al más allá. No por eso
dejan de deslomarse aquí, de sol a sol, para sacar adelante a la familia. Para
vivir. Ellos creen que la iglesia les ampara. Pero como saben muy bien mis
amigos salvadoreños de El Faro, que también han venido a Honduras a contar lo que
se cuece, cómo se mata, quién mata y por qué, la Iglesia no siempre ha estado a
la altura. Como Alberto Arce y su Novato en nota roja. Corresponsal en Tegucigalpa,
para quien quiera saber antes de ir. Es que no es fácil ser Dios, y en
Tegucigalpa (donde el olvido es tan copioso) mucho menos.
Versión impresa del suplemento. |
Los prejuicios nos preceden.
Con ellos llamamos a la puerta de una casa. Con ellos compramos un pasaje de
avión. Con ellos leemos, votamos, ¿pensamos? Lo malo es cuando los prejuicios nos
impiden ver lo que tenemos delante, porque los lentes se han fundido con la
retina y ya no distinguimos los hechos de las opiniones, la fantasía de la
realidad. Aunque se trate de una novela, recibo con alborozo el ejemplar de
Esta tarde vi llover que me regala José Manuel Torres Funes, que ha publicado
con esmero gráfico y tipográfico una editorial a caballo entre Tegucigalpa
(donde nació: Taller) y Marsella (donde vive: Heliotropismes). José Manuel vino
con su padre, el prestigioso periodista y profesor Manuel Torres, a un taller
de periodismo en el Centro Cultural Español (asomado al Redondel de los
Artesanos), y citó al poeta René Char (el mismo que lee con devoción el que tal
vez será dentro de unos días nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron): «A
los vivos hay que abrirles los ojos con la misma suavidad que se los cerramos a
los muertos».
Escribe Torres Funes en su
breve novela, que alumbra como un buen mechero en medio de la noche hondureña:
«Pensás: Tegucigalpa es una ciudad mutante. A las dos de la madrugada, con esa
inexplicable luz rosada y oblicua de la calle Real es Praga; Henoch, la ciudad
de Caín, mirando hacia Comayagüela desde los bajos del Congreso Nacional; una ciudad
púrpura, fría y peligrosa, como Ciudad Juárez, en El Edén; Montevideo por el Barrio
Abajo, una ciudad otoñal, de papel, entre las callejuelas de la colonia Rubén
Darío, el vértigo, el precipicio, regresando a oscuras de El Chile. Campos de antropofagia
a orillas del río Choluteca, no es una metáfora, canibalismo real. Hombres y
mujeres caníbales, hasta niños caníbales. Germen de la lepra bajo los prados verdes
de Químicas Dinant... Vas feliz como un niño. La lluvia, como verás, se sigue
colando por las puertas traseras...». Esta descripción de Tegucigalpa, que yo
reconozco pese a haberla pisado tan poco («la dura, dura», como la cita
Gervasio Sánchez), me ayuda a retenerla como si su geografía física y moral
hubiera empezado a germinar en mi memoria. Y lo hará con fuerza gracias a
quienes ya sé que si llamara a sus puertas en medio de la noche me abrirían:
como Helen Gutiérrez (activista y madre, que escribió un libro sobre el ejemplo
de Alfredo Landaverde), Samaí Torres
(periodista cabal que trata en El Heraldo que la cultura enriquezca y haga más
conscientes a los lectores), Dulce Torres (estudiante empeñada en que el
periodismo dignifique la vida nacional), Albany Flores García (historiador que
se sabe todos los secretos de Tegucigalpa y de su patria y confía en el conocimiento
como un camino de redención), Yonny
Rodríguez (poeta que no deja que el miedo le cosa la boca y sabe que hay
formas de salir del oprobio)...