Jaime Fontana, vida y poemas

Como embajador de Honduras en Perú. Del blog de José Paredes.
FONTANA, Jaime. (1922-1972). Poeta, periodista, diplomático y académico. Su verdadero nombre fue Víctor Eugenio Castañeda, nació en Tutule, departamento de La Paz, el 13 de abril y murió el 26 de junio en Tegucigalpa.

Estudio Leyes en la UNAH. Se destacó como periodista al surgir los programas en la televisión hondureña como El consultorio del aire, programa semanal producido y dirigido por él.

Escribió en un diario bonaerense. Su libro más conocido “Color Naval”, editado en Buenos Aires en 1951 y publicado en 1952, refleja una mezcla de alegría, nostalgia y tristeza, además, apareció en el Fascículo 3 de la serie 11 poetas hondureños.

En su familia destaca su sobrina Castañeda de Sarmiento (1940) con la novela “Tormenta”.

Obtuvo en 1943 el primer premio en el Concurso Científico Morazánico y en 1947 como uno de los poetas fundamentales de Honduras, que la describió “entre la dulzona nostalgia y la más acérrima rabia lírica”, ganó el primer premio en la rama de poesía de la UNAH con motivo de su centenario.

En 1951, su único libro Color Naval fue galardonado con el premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y en 1962 obtuvo el premio Asteriscos de Junín, Argentina.

De regreso en Honduras en 1964 ganó el Gran Premio Rotario. Fue presidente del PEN Club Internacional, Sección de Honduras como diplomático, fue agregado cultural de Honduras en Argentina y representó al país en México, Ecuador y Perú y ante la UNESCO.

Mario Argueta (1993), en su libro Diccionario crítico de obras literarias hondureñas, recoge un comentario del argentino Córdova Iturburu: "Tiene Fontana... el lenguaje que se ajusta a la revelación armoniosa de su mundo, un lenguaje que es esencial y substancialmente musical… Sabe él lo que significa el espíritu de la resonancia de las palabras, de los ritmos, acento interior, inexpresable del verso.”



COLOR NAVAL

Piloteando su sueño entre la aurora,
llegó hasta mí con intención naval
(Lactó en la nube, se educó en el viento)
y fue inmigrante de mi soledad.

Oriunda de la ausencia, precedida
por la fluvial prestancia de su voz
se detuvo en la arena de mi espera
y me estrechó la mano y la canción.

Antes, sin que llegara, supe de ella
como supe del aire y de la sal;
ya conspiraba, suelta entre mis venas,
su presencia de alondra intemporal.

Tutora de luciérnagas y frutos,
aroma y trino en actitud visual,
tertulia de metales en la risa
y la mirada de color naval.

Y sus labios hurtando a la palabra
algún raro sabor sin estrenar
y ese sabor inédito en su canto
y el canto en plena posición solar.

Ella es así. Y anarquizó mis venas
para imponer y vertebrar mi afán,
Tiene el deber agrario de las lluvias;
las lluvias alimentan y se van.

Fundando golondrinas en mi sueño,
inaugurando nervios en mi voz,
estuvo en mí, fugaz, entre la noche,
piloteando su ensueño se alejó.

Nadie ose atarla, emigra hacia la ausencia
siempre nuevas ausencias la urgirán:
Ya está en el patrimonio de los vientos
su incorregible vocación naval.


ESTE VOLVER A HONDURAS

Parece que no habrá nada más tierno que este volver a Honduras,
llegar con el amor iluminado por años y distancias,
decir esta es la tierra, este es el aire y este es el rio del cuento,
recuperar las voces salpicadas de burlas familiares,
reasumir la niñez en el dormido sabor de esta naranja
y en este olor -que es casi de muchacho- de savia y de pañales
que sólo dan los árboles autores de nuestro propio canto.
Porque volver a Honduras es ir de madrugada a los maizales
para espantar los pájaros bisnietos de aquellos que espantamos,
vivir en un mugido, en un relincho que viene por la noche,
los sueños, alegrías y peligros de los antiguos campos.

Parece que tendrá mucho de triste este volver a Honduras,
hallar que el calendario no era broma leyendo algunos rostros,
saber que algo no vuelve en estos mares, aunque el viajero vuelva,
y besar en la frente al que un día besamos en la boca.

Parece que también será de lágrimas este volver a Honduras,
preguntar por hermanos, por amigos que no nos esperaron
y el horror de buscar en una tarde de cal y de cipreses unos nombres:
Julián o Federico, Carlos, Daniel o Marcos.

Parece que será feliz y trémulo nuestro volver a Honduras,
vagar por los caminos que asolearon el verso de la infancia,
llevar hasta una loma coronada de flores amarillas de la mano
a los hijos que fundamos sobre lejanas playas
-más allá de las nieves absolutas,
de selvas y de mares y decirles, al fin:
esta es la cuna y este el peñón exacto, esta es la tierra nuestra,
la amorosa, la que espera a sus hijos aquí,
esparcen su calcio generoso los huesos de mis padres
y el calcio va a la hierba y hace el pino más jubiloso y alto
así trabajan todavía quienes nos prestaron la sangre.

Todo será feliz y doloroso, será trémulo y tierno
porque volver a Honduras… me parece que es retomar el canto.


EL PINO DE MI PUEBLO

I

Un verde alcor sobre el macizo andino;
sobre el alcor, granítico peñón;
sobre el peñón, un solitario pino;
sobre el pino... su sueño de ascensión;

Cuando el pueblo tirita entre la suave
neblina, cual friolento caracol,
índice audaz, el pino es una grave
acusación al negligente sol:

y en el estío, cuando el triste ruego
de los campos llagados por el fuego
hasta su plinto de granito sube

el providente pino de mi sierra
mata la sed de la abrazada tierra,
abriéndole goteras a la nube

II

Dios vegetal barbado de esperanza,
nervio y raíz del solariego rito,
en ti la savia de mi suelo alcanza
la geometría funcional del grito

Eje del viento, elevas tu osadía
hasta indicar a la centella;
áncora verde con que el monte ansía
atracar en la rada de una estrella.

Sigue subiendo entre el azul, erguido,
que ni las llamas te verán vencido
ni el huracán te infligirá desmayo

ni el hacha artera cortará tu anhelo:
¡si un día haz de morir, será en el cielo
por haber ido a provocar el rayo!

III

Vas al cenit, mientras tu alcor gallardo
es el parnaso criollo en que el sonoro
zorral serrano y el cenzontle pardo
discuten trinos con la chorcha de oro.

Yo te he visto subir, y me has nutrido
con tus aires untados de resinas....
¿Te acuerdas? Tu paisaje colorido
solía retozar en mis retinas.

Maestro de horizontes, en la ausencia
destilo tu recuerdo, cuya esencia
vuelve hasta ti con intención votiva

Y cuando el mundo mis afanes niega,
para ganar alientos en la brega,
repito tu lección: ¡Arriba! ¡Arriba!


REGRESO AL PRIMER VERDE

He venido hasta acá porque la vida
con fronteras exactas me asediaba,
he venido de lejos: pretendía
embriagarme de espacio y libertad,
ver mi pupila en el azul diluida,
quitar toda la herrumbre de mi espíritu,
bañándolo en las fuentes de mi primera edad;
quería festejar a mis retinas
con orgías de luz lejana,
con derroches de forma y de color;
he venido hasta aquí porque sentía
sed de paisaje, sed de clorofila,
avidez de montaña, hambre de sol...
Y estoy aquí, tendido en la hojarasca,
las hojas -allá arriba- recortan el zafir,
pero ¿qué significan las lluvias de azahares
que el follaje desata sobre mí?
¡Ah, -si no me equivoco- mi naranjal amigo
me está retribuyendo los suspiros que di!

¿Te acuerdas todavía
de aquel abril dorado, hace unos años?
Allí escribiste los primeros versos
para el ideal de entonces, que prefirió ser nada,
y en cada espina de mi fronda oscura
hay siquiera una sílaba clavada…
Guardas aquel amor, mi juventud
quedóse prisionera entre tus ramas,
yo guardo tu dolor y tus suspiros,
tú guardas todo... menos la esperanza;
esa se fue conmigo, se hizo añicos
contra la ruda arena de la vida,
surgió de nuevo entre las ruinas grises,
más rebelde, más fuerte... dejó de ser la misma...

¡Ojalá que sí hubiera cuajado esa ilusión!
Ojalá - dice mi alma-, volando hasta aquel día
de ayer, en que el futuro fingía florecer -,
ojalá -dice ahora- pero no es lo que ansía
porque no puede ansiarse lo que no puede ser....
Mas el dolor que quiso ser eje de mi vida
ya no hará de mis sueños sumisa caravana,
ya logré rebelarme, y haré de cada herida
un surco en que se gesten los trigos del mañana.

Han pasado esos años, y todo está como antes:
el naranjal, las aves, la eterna lejanía...
¿Él? Está como entonces, no ha cambiado, sus ojos
siguen siendo la noche donde florece el día;
yo sé que al fin ha vuelto, de nuevo para verme,
mas, aunque él es como antes, el pasado no es hoy;
él en nada ha cambiado, pero ya no es el mismo,
pero ya no es el mismo porque he cambiado yo.
Sé que todo concluye
y a los minutos prófugos no volveré a llamar,
todo concluye -sí-, pero el paisaje
se esmera en repetirme aquel abril
y en mí siento que un átomo rebelde
se encapricha en gritar:
¡Eternidad!


“Sigue subiendo entre el azul,
erguido, que ni las llamas te verán vencido
ni el huracán te infligirá desmayo…”

CANCIÓN MARINA EN EL PINAR

Te conocí en el vértice nervioso de una ola,
en la frontera móvil entre el ave y la sal,
entre el astro y el pez. Estabas sola,
centrando la ondulante soledad.
Estabas a media agua, a medio día,
a media nube, a medio caracol.
Abril andaba por la sangre. Ardía
a media primavera el corazón.
¡Qué ruda tiranía
ejercitaba el sol sobre la arena,
sobre tu piel y sobre mi ansiedad!
Contra los bravos músculos del día
“por saborear tu juventud morena”
luchaban los instintos famélicos del mar.
Tus senos, a media alga, a media brisa,
eran proas gemelas a medio navegar;
al aire: eran las aves bebiéndose tu risa;
al agua: eran tus muslos mordidos por la sal.
Como nacen las olas, como los vendavales,
entre las olas estalló el amor.
¡Urgencias del paisaje marino! Los rivales
éramos tres: el mar, el sol y yo.
Después… hacia la tarde y hacia los cocoteros
y hacia tus labios llenos de arena y de sabor…
¡Ah las caricias anchas y densas como esteros
y la sangre en función de mar y sol!
¡Ah los besos salobres, los besos minerales,
y el amor con urgentes costumbres de alcatraz!
¡Ah el amor que se tuesta sobre los litorales
y los besos piratas, sabrosos como el mal!
Nuestro amor es marino, y hoy viene hasta la tierra,
hasta la arisca entraña del pinar;
hoy me hallas en la giba vegetal de mi sierra
(¡qué de aquel sol y de aquel mar!)
y los labios se buscan… Mas… ¡espera!… ¡Tu risa
ya no es como el oleaje ni como el vendaval,
ya no sabe enredarse como alga tu caricia,
ya los besos perdieron su sabor mineral!
Aquí el amor es arroyuelo y trino,
y clorofila y miel,
y trepa en los peñascos como el pino
y tiene olor a fruto montañés.
Aquí el amor se nutre de gredas y resinas
y es hermano del lirio y del panal.
Los besos son como esas abejas inquilinas
de los robles eternos. Como orquídea y zorzal…
Pero… ese es otro amor. El tuyo es extranjero
en la sierra. No vive sin ola y caracol,
sin los besos salobres, sin besos marineros,
sin la sangre en función de mar y sol.
Este sol es muy frío
para un amor que tiene costumbre de alcatraz.
¡El amor tuyo y mío
no puede aclimatarse en el pinar!
Le digo adiós. No vive de néctar y resinas
el amor que es oriundo del alga y de la sal.
¡Cómo quieres que viva si las aves marinas
caen muertas el día que se alejan del mar!


SOLEDAD HERIDA

Han pasado siete años, y todo está como antes:
el naranjal, las aves, la eterna lejanía…
¿Ella? Está como entonces, no ha cambiado, sus ojos
siguen siendo la noche donde florece el día;
yo sé que al fin he vuelto, de nuevo puedo verla,
mas, aunque ella es como antes, el pasado no es hoy:
ella en nada ha cambiado, pero ya no es la misma,
pero ya no es la misma porque he cambiado yo.
Sé que todo concluye
y a los minutos prófugos no volveré a llamar,
todo concluye -sí- pero el paisaje
se esmera en repetirme aquella edad
y en mí siento que un átomo rebelde
se encapricha en gritar: ¡Eternidad!
Debo estar solo -sí- pero un recuerdo
abre rendijas a mi soledad.