Jaime Sabines (1926 - 1999)

Foto de Mara García

Yo no sé de cierto...

Yo no lo sé de cierto, pero supongo 
que una mujer y un hombre 
un día se quieren, 
se van quedando solos poco a poco, 
algo en su corazón les dice que están solos, 
solos sobre la tierra se penetran, 
se van matando el uno al otro. 

Todo se hace en silencio. Como 
se hace la luz dentro del ojo. 
El amor une cuerpos. 
En silencio se van llenando el uno al otro. 
Cualquier día despiertan, sobre brazos; 
piensan entonces que lo saben todo. 
Se ven desnudos y lo saben todo. 

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)




Te desnudas igual...

Te desnudas igual que si estuvieras sola 
y de pronto descubres que estás conmigo. 
¡Cómo te quiero entonces 
entre las sábanas y el frío! 

Te pones a flirtearme como a un desconocido 
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio. 
Pienso que soy tu esposo 
y que me engañas conmigo. 

¡Y como nos queremos entonces en la risa 
de hallarnos solos en el amor prohibido! 
(Después, cuando pasó, te tengo miedo 
y siento un escalofrío.)


Qué ligero contacto...

¡Qué risueño contacto el de tus ojos, 
ligeros como palomas asustadas a la orilla 
del agua! 
!Qué rápido contacto el de tus ojos 
con mi mirada! 

¿Quién eres tú? !Qué importa! 
A pesar de ti misma, 
hay en tus ojos una breve palabra 
enigmática. 
No quiero saberla. Me gustas 
mirándome de lado, escondida, asustada. 
Así puedo pensar que huyes de algo, 
de mí o de ti, de nada, 
de esas tentaciones que dicen que persiguen 
a la mujer casada.


Los amorosos

Los amorosos callan. 
El amor es el silencio más fino, 
el más tembloroso, el más insoportable. 
Los amorosos buscan, 
los amorosos son los que abandonan, 
son los que cambian, los que olvidan. 

Su corazón les dice que nunca han de encontrar, 
no encuentran, buscan. 
Los amorosos andan como locos 
porque están solos, solos, solos, 
entregándose, dándose a cada rato, 
llorando porque no salvan al amor. 

Les preocupa el amor. Los amorosos 
viven al día, no pueden hacer más, no saben. 
Siempre se están yendo, 
siempre, hacia alguna parte. 
Esperan, 
no esperan nada, pero esperan. 

Saben que nunca han de encontrar. 
El amor es la prórroga perpetua, 
siempre el paso siguiente, el otro, el otro. 
Los amorosos son los insaciables, 
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. 
Los amorosos son la hidra del cuento. 

Tienen serpientes en lugar de brazos. 
Las venas del cuello se les hinchan 
también como serpientes para asfixiarlos. 
Los amorosos no pueden dormir 
porque si se duermen se los comen los gusanos. 
En la oscuridad abren los ojos 
y les cae en ellos el espanto. 
Encuentran alacranes bajo la sábana 
y su cama flota como sobre un lago. 

Los amorosos son locos, sólo locos, 
sin Dios y sin diablo. 
Los amorosos salen de sus cuevas 
temblorosos, hambrientos, 
a cazar fantasmas. 
Se ríen de las gentes que lo saben todo, 
de las que aman a perpetuidad, verídicamente, 
de las que creen en el amor 
como una lámpara de inagotable aceite. 

Los amorosos juegan a coger el agua, 
a tatuar el humo, a no irse. 
Juegan el largo, el triste juego del amor. 
Nadie ha de resignarse. 
Dicen que nadie ha de resignarse. 
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. 
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, 
la muerte les fermenta detrás de los ojos, 
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada 
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. 

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, 
complacidas, 
a arroyos de agua tierna y a cocinas. 
Los amorosos se ponen a cantar entre labios 
una canción no aprendida, 
y se van llorando, llorando, 
la hermosa vida.





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